Como actuario, considero clave replantear la forma en que interpretamos el envejecimiento poblacional. En lugar de temerlo, deberíamos enfocarnos en el “dividendo de la longevidad”: personas mayores más sanas, activas y productivas.
Según el informe The Longevity Dividend (Scott & Piot, 2025), del Fondo Monetario Internacional (FMI), en Europa el 90% del crecimiento del empleo en la última década provino de trabajadores mayores de 50 años. En Japón, el porcentaje es aún mayor. De hecho, en ambos casos los trabajadores mayores ya son el principal motor del crecimiento del PIB.
Con la esperanza de vida superando los 80 años en muchos países, el informe advierte que mantener sistemas diseñados para vidas más cortas convierte a las pensiones y a la salud pública en un lastre económico. Subir la edad de jubilación ayuda, pero no es suficiente. Tampoco lo son las políticas para elevar la natalidad o fomentar la migración, pues resultan costosas, lentas o políticamente difíciles.
La verdadera solución está en invertir en el capital humano de la población adulta, en particular en salud preventiva, recualificación y empleos adaptados que les permitan trabajar más tiempo en mejores condiciones.
El estudio también advierte sobre un problema crítico: la morbilidad se está expandiendo. Es decir, aunque vivimos más, pasamos más años con enfermedades crónicas. Hoy, más del 80% de la carga de enfermedad en Europa proviene de enfermedades no transmisibles. Esto exige un cambio de paradigma: dejar de tratar solo cuando hay enfermedad y enfocarnos en mantener la salud desde edades tempranas, midiendo no solo longevidad, sino años de vida saludables.
El reto no está en revertir la demografía, sino en adaptar nuestros sistemas de salud, pensiones y empleo a vidas más largas:
Invertir en tecnologías como IA, biotecnología y medicina personalizada.
Promover empleos amigables con la edad y programas de formación continua.
Enfocar los sistemas de salud en prevención y bienestar a lo largo de la vida.
Hace poco leí un cuento japonés sobre el Monte Ubasute, donde, según la leyenda, los ancianos eran llevados a morir cuando ya no podían trabajar. Sin embargo, una versión relata cómo un joven desobedece esa tradición y esconde a su madre anciana; gracias a la sabiduría de ella, logra resolver un dilema que salva a la comunidad de una invasión.
Hoy, esa sabiduría y experiencia acumulada no solo sigue siendo valiosa, sino que puede ser clave para afrontar los desafíos de nuestras economías longevas. La longevidad no debe verse como un costo a mitigar, sino como una ventaja estructural por capitalizar.
La demografía no es destino; adaptarse es una decisión.
El autor es Head de Tesorería de Scotiabank.


