Hace 18 años publiqué en este diario el artículo La importancia de aplicar adecuados controles de “quimicovigilancia”, en el que señalé que la tragedia en la CSS por el dietilenglicol se pudo haber evitado si hubiésemos contado con los debidos controles de químicos en productos para consumo humano, particularmente aquellos de bajo costo por haber sido prohibidos en otros países.
Este año he observado con preocupación la alarma internacional generada por la proliferación de las llamadas sustancias perfluoroalquiladas (PFAS, por sus siglas en inglés), que han emergido como supuesto reemplazo de los ácidos perfluorooctanoicos (PFOA), conocidos técnicamente como C8, debido a la comprobada responsabilidad de estos últimos en diversos tipos de cáncer y trastornos de salud, desde afecciones a los órganos genitales y al desarrollo del feto, hasta lo que el lector podría imaginarse.
Los C8 se utilizaron como surfactantes para controlar la reacción de producción del teflón. Poseen una estructura química similar a los ácidos grasos, con la diferencia de que, en lugar de hidrógenos unidos a los átomos de carbono, tienen átomos de flúor. Estos químicos, por tener una estructura semejante a los ácidos grasos, podrían incorporarse con relativa facilidad en el organismo. No obstante, su propiedad más preocupante es que son muy resistentes químicamente y, por tanto, no biodegradables.
Usualmente nos preocupamos por sustancias químicas que actúan directa y negativamente en nuestro organismo, como los ácidos, el cianuro y los metales pesados, entre otros. Los no biodegradables son muy inertes y, por tanto, no directamente venenosos, pero el organismo encuentra dificultades para degradarlos y eliminarlos apropiadamente, lo que provoca que se acumulen en el ser vivo. El hígado, los riñones y el páncreas —los órganos más involucrados en ese proceso de eliminación— son generalmente los más afectados porque no saben cómo manejarlos.
Algunos de los PFAS son menos peligrosos que los C8, pero no dejan de ser bastante inertes, al punto de que se les llama “químicos eternos”, con la desventaja de que los más livianos poseen una absorción más rápida en el organismo. Las excepcionales propiedades fisicoquímicas de los PFAS —como surfactantes, repelentes de humedad, protección contra manchas, etc.— les permitieron extenderse a un sinnúmero de aplicaciones. Su función es sencilla: poseen un grupo polar que se adhiere a la superficie que se desea proteger y una cadena fluorocarbonada inerte que queda sobre el material, dando la protección deseada.
Los PFAS se han utilizado sobre telas para vestidos, envases de alimentos, cosméticos, espumas contra incendios y muchos otros materiales. En algunos países se está prohibiendo o controlando su uso, por lo que imagino que sus precios están decayendo, y me pregunto si por ello su uso se está extendiendo a otros países como Panamá.
Una de las principales fuentes de PFAS en el organismo es el agua, así como los animales expuestos a fuentes contaminadas. Sin embargo, también debemos preocuparnos por los materiales que se utilizan para envolver o envasar alimentos, particularmente si el alimento está caliente o se calentará en casa, porque el calor volatiliza más el contaminante.
El lector se preguntará: ¿qué hacer ante la amenaza de estos químicos? No tengo una respuesta definitiva, pero creo poder expresar algunas alternativas que se podrían tomar en cuenta: indagar sobre el uso de los PFAS regulados en otros países; solicitar, dentro de sus posibilidades, investigaciones sobre los tipos de PFAS utilizados en Panamá; reducir la compra de alimentos preparados y envasados —particularmente aquellos ricos en grasas o que se sirven calientes— y evitar calentarlos dentro de su envase original; si toma café en el trabajo, utilizar su taza personal; y, si los recursos económicos lo permiten, adquirir un filtro de agua con capacidad para retener PFAS.
Por mi parte, solicito al Gobierno que haga obligatoria la especificación de los PFAS que puedan estar presentes en cualquier material utilizado en Panamá, desde las palomitas de maíz hasta el papel higiénico.
El autor es químico industrial y profesor de la Universidad de Panamá.


