Estamos rodeados de información. Nunca antes se había producido tanto contenido, en tantos formatos, a tanta velocidad. Pero, en medio de ese ruido, muchas empresas y marcas siguen sin lograr conectar. ¿Por qué? Porque confunden el acto de comunicar con el hecho de tener algo que decir.
En Semiotik, el libro que escribí para reflexionar sobre los desafíos actuales de las empresas y sus marcas, desarrollo una idea que considero fundamental: el sentido precede a la comunicación.
Hoy, una organización que no tiene claro su propósito, sus valores y su rol en la sociedad termina diciendo mucho, pero significando poco.
Las empresas necesitan reconectarse con lo esencial: entender qué lugar ocupan en la vida de las personas, qué impacto generan, cómo están ayudando a resolver los grandes desafíos de su entorno. Solo desde allí es posible construir una narrativa poderosa, relevante y creíble.
El problema no es de forma, sino de fondo. No es falta de canales, sino de dirección. No es falta de contenido, sino de convicción.
Muchas empresas han caído en el error de priorizar la estética sobre la ética, la visibilidad sobre la visión, la forma sobre el fondo. Y aunque eso puede generar impacto momentáneo, no construye valor sostenible. Las audiencias actuales son más críticas, informadas y exigentes: Premian la autenticidad y castigan la incoherencia.
Por eso insisto en la importancia del propósito como punto de partida. No como un eslogan aspiracional, sino como una guía estratégica para todo lo que hace una organización.
Una empresa con propósito toma mejores decisiones, porque tiene claridad sobre sus principios, sus límites y su visión de largo plazo. Y eso se nota, tarde o temprano, en su reputación.
También dedico parte del libro a hablar de los riesgos.
Cuando una organización comunica sin tener un sentido claro, se vuelve vulnerable. Corre el riesgo de caer en el oportunismo, de seguir tendencias sin saber por qué, de hablar de sostenibilidad o diversidad como una moda, sin acciones que lo respalden. Esto genera una desconexión con las audiencias, alimenta el escepticismo y puede activar crisis reputacionales difíciles de contener.
Pero el riesgo va más allá de la imagen: puede traducirse en pérdida de confianza de inversionistas, fuga de talento, boicots en redes sociales o sanciones por greenwashing o prácticas poco éticas. En un entorno tan transparente e hiperconectado como el actual, la incoherencia no se perdona. Por eso, no construir una narrativa desde el propósito no es solo un error estratégico: es un riesgo real para la sostenibilidad del negocio.
En cambio, cuando el propósito, la cultura y la estrategia están alineados, la marca se vuelve sólida, confiable y significativa.
En esta era de transformación, comunicar no basta. Las audiencias quieren coherencia, autenticidad y acción. Quieren marcas que no solo digan lo que hacen, sino que hagan lo que dicen.
Y para eso, primero hay que tener sentido.
El autor es fundador de Semiotik.
