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Ética y desarrollo: el pacto que Panamá necesita

La historia demuestra que los países que han alcanzado un desarrollo sostenible y una convivencia pacífica no lo lograron únicamente con leyes, carreteras o grandes inversiones. Su verdadera fortaleza nació de un marco ético y moral compartido, capaz de guiar la conducta individual y colectiva. Panamá, con su posición geográfica privilegiada y su enorme potencial, está llamado a forjar ese mismo pacto ético.

Los valores que deben regir nuestra vida en sociedad no son abstractos: son los cimientos de la confianza y el progreso. La honestidad como antídoto contra la corrupción. La responsabilidad como compromiso con los deberes ciudadanos. La justicia como garantía de equidad y defensa de los más vulnerables. El respeto como reconocimiento de la dignidad humana. La solidaridad como cooperación en busca del bien común. La tolerancia y el diálogo como vías para resolver conflictos pacíficamente. El trabajo y la disciplina como motores del desarrollo. Y un patriotismo cívico que no se limite a consignas, sino que se traduzca en un compromiso real con el país.

Pero los valores no se decretan, se construyen. Y Panamá debe asumir esta construcción en varios frentes: una educación integral que enseñe ética y civismo, además de conocimientos; líderes políticos y empresariales que prediquen con el ejemplo; un sistema de justicia que termine con la impunidad; una ciudadanía vigilante y participativa; medios de comunicación responsables que difundan modelos de vida positivos; y familias fortalecidas que transmitan desde temprano el sentido de responsabilidad y respeto.

El vínculo entre ética y desarrollo es innegable. Allí donde disminuyen la corrupción y la criminalidad, florecen la inversión, el empleo y la innovación. Sociedades con orden, justicia y seguridad ofrecen el terreno fértil para que la creatividad y el emprendimiento prosperen. Al garantizar la ética pública y la seguridad jurídica, un país abre la puerta a capitales, genera empleo y mejora la calidad de vida de sus ciudadanos.

Panamá no puede resignarse a convivir con la corrupción, la droga, los asesinatos o los robos como si fueran males inevitables. Acabar con estas lacras sociales no es solo posible: es la única ruta hacia un país verdaderamente próspero y desarrollado. Ese es el pacto que debemos asumir: un pacto de ética y desarrollo para construir el Panamá que merecen las próximas generaciones.

El autor es exdirector de La Prensa


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