Volviendo la mirada hacia atrás, recordamos cómo la interferencia de Estados Unidos, a través de su agencia de tres letras especializada en operaciones extraterritoriales —y posiblemente amparada por la prerrogativa constitucional de las “cartas de marca y represalia”— ha permitido entrometerse en las decisiones soberanas de cualquier nación.
Quiero referirme a dos intervenciones estadounidenses que cambiaron el destino de dos países: Cuba y Nicaragua. Fulgencio Batista gobernó Cuba desde 1937 hasta 1959, periodo en que ese país fue conocido como la “perla de las Antillas” y experimentó progreso, riqueza literaria, turismo y una relativa estabilidad social. Algo similar ocurrió en Nicaragua con Anastasio Somoza, quien estuvo en el poder de 1937 a 1956, también bajo un clima de desarrollo y estabilidad. Coincidentemente, ambos gobernaron durante la misma época y fueron derrocados por movimientos armados impulsados por facciones extranjeras que promovían la democracia como justificación para acabar con las dictaduras. Batista fue desplazado por Fidel Castro y Somoza por Daniel Ortega. Basta comparar la situación de esos países entonces y ahora. Hay muchos otros ejemplos similares en América Latina, siendo Venezuela uno de ellos, cuando Hugo Chávez sucedió a Carlos Andrés Pérez, seguido por el actual presidente, Nicolás Maduro.
Panamá también ha tenido su cuota de dictadores influenciados por los estadounidenses, como Omar Torrijos y Manuel Antonio Noriega, este último derrocado por una invasión cuando dejó de ser útil a sus intereses. Hoy, ese intervencionismo se vive de nuevo en carne propia, aunque el presidente panameño proclame que somos soberanos, sin aclarar si esa soberanía es realmente plena sobre todo nuestro territorio. Los hechos sugieren lo contrario.
Esta alusión al pasado es pertinente para ilustrar el intervencionismo estadounidense en los asuntos internos de otras naciones, a menudo recurriendo a la intimidación arancelaria o al chantaje en su política exterior y comercial. Recientemente, Estados Unidos ha declarado que la influencia china es “maligna” para América Latina, después de años de desdén hacia el continente, como cuando afirmaron que “ellos nos necesitan más a nosotros que nosotros a ellos”. Ahora pretenden aplicar la política del “garrote” para entorpecer y obstaculizar el desarrollo de los países que acepten cooperación de quien les tienda la mano.
El Buró de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado emitió una amenaza clara: “Estados Unidos se opondrá enérgicamente a proyectos recientes y futuros desembolsos del BID y otras instituciones financieras para empresas estatales y controladas por el gobierno chino en Colombia (y en otros países de la región donde la Iniciativa de la Franja y la Ruta tenga proyectos). Estos proyectos ponen en peligro la seguridad de la región”.
En respuesta, el presidente Gustavo Petro anunció: “Ya entramos a la Ruta de la Seda”, enfrentando abiertamente la posición estadounidense. Según explicó, esta decisión permitiría reducir el déficit comercial de 14 mil millones de dólares con China y revitalizar la zona del litoral Pacífico colombiano, desde donde se abrió en febrero una conexión marítima con Shanghái. Antes, Perú ya había recibido una advertencia similar, a pesar de que China había financiado el megaproyecto del puerto de Chancay.
En el reciente foro China-CELAC, en el cual Panamá no tuvo una representación de peso, el gobierno chino reafirmó su compromiso de fortalecer la relación comercial con América Latina y el Caribe, anunciando líneas de financiamiento por más de 8 mil millones de dólares. En contraste, el caso de Panamá resulta patético: fue obligado a abandonar la Iniciativa de la Franja y la Ruta, perdiendo así la oportunidad de acceder a financiamiento para proyectos estratégicos como el canal seco entre Chiriquí y Bocas del Toro, o la línea ferroviaria hacia Costa Rica y el resto de Centroamérica. Nuestros gobernantes no han hecho nada al respecto.
Este nuevo episodio de intervencionismo incluye incluso la identificación de “candidatos preferidos” en elecciones nacionales por venir en América Latina, con el fin de apoyarlos y consolidar su influencia geopolítica en la región. ¿Quién es, entonces, la verdadera influencia maligna?
Las finanzas estadounidenses tampoco atraviesan su mejor momento. Una calificadora de riesgo rebajó recientemente la nota de la deuda soberana, señalando un continuo deterioro fiscal. Esto ha encarecido los bonos a 30 años, y si los tenedores masivos los liquidaran en el mercado, se elevarían aún más los intereses, afectando seriamente la economía interna.
Pese a ello, Washington sigue aplicando su política de garrote internacional mientras enfrenta una profunda crisis interna, marcada por una polarización política que probablemente se reflejará en las elecciones de medio término. Mientras más países se resisten a sus presiones, mayor es la vulnerabilidad de Estados Unidos... y más fortalecidos emergen los demás en esta larga carrera de resistencia.
Dos preguntas para nuestros gobernantes:¿Mantenemos soberanía plena sobre todo el territorio, salvo lo ocupado por fuerzas extranjeras?¿Qué esperamos para reincorporarnos a la Ruta de la Seda?
El autor es ciudadano.
