La fiesta de Navidad de la escuela, las posadas de la parroquia, “a dormir que viene el niño Dios”, cantar Una pandereta suena, las manualidades navideñas y la nieve que nunca cayó en mi infancia para que las christmas fuesen white de una vez por todas. Son recuerdos que repaso con cariño estos días para apartar la distancia y no caer en la cabanga.
Pero también recuerdo una Navidad sin luz y sin regalos, recuerdo mi última Navidad panameña, recuerdo Navidades totalmente solo, Navidades sin padre, recuerdo deseos incumplidos y otros rotos directamente y es que estas fechas, con sus canciones nostálgicas y sus lucecitas como lágrimas, vuelcan el sentido de gozo y alegría de esta fiesta.
“El fantasma de las Navidades pasadas” tiene ese peligro que no vemos en Cuento de Navidad de Dickens: acabanga si no se presentan los otros dos. Recordar el pasado sin el contraste del presente y la proyección al futuro nos puede hundir. Nuestros recuerdos, los buenos y los malos deben, como la cicatriz, decirnos dónde hemos estado pero nunca hacia dónde ir.
Es tiempo de Navidad, tiempo para recordar, para valorar y sobre todo para volver a la senda y seguir caminando. Tenemos el regalo más importante: la vida, y la posibilidad de dotarla con lo mejor de la fe y del trabajo bien hecho. No nos dejemos arrinconar por la tristeza, tomemos fuerza en lo que fuimos y disfrutemos del estar aquí y ahora, aunque muchas veces cueste.
Acaricien sus recuerdos, mímenlos, pero no dejen que se les encaramen hasta que la tristeza y las lágrimas no les dejen ver lo que tienen delante, lo que está aquí, que es lo que nos pertenece en este instante. El mañana ya vendrá sin remedio y cada día, como dice el evangelio, tiene su propio afán. Y como cierra Dickens su novela, en boca del pequeño Tim, un deseo: ¡que Dios nos bendiga a todos, a cada uno de nosotros!
El autor es escritor
