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Pensamiento crítico

Filosofía tropical con uniforme del Meduca

Dar clases de Filosofía en Panamá, con el uniforme del Meduca y una tiza medio rota en la mano, se ha convertido en un pequeño experimento existencial. Es una mezcla entre un Sócrates en chancletas, paciencia de santo y alma de terapeuta grupal. Aunque los programas oficiales mencionan pensamiento crítico, ética ciudadana y razonamiento lógico, entre el ruido del recreo, los apagones y los celulares escondidos en los pupitres, enseñar filosofía termina siendo, más que una actividad teórica, un acto de supervivencia pedagógica.

Para empezar, la cultura panameña —aunque no siempre lo admita— tiene un trasfondo profundamente filosófico. El país reflexiona con ritmo, ironía y café colado. Aquí todo se debate: desde el precio del pan hasta el sentido de la vida, aunque la discusión cierre con un “eso no sirve” o “así es Panamá”. En efecto, el panameño promedio desarrolla su propio sistema filosófico: combina fe con lógica de barrio, sabiduría popular con sospecha ancestral. Si Aristóteles hubiese nacido en el Casco Viejo, probablemente habría escrito La Ética del Tranque.

Ahora bien, el currículo de Lógica presenta tablas de verdad, proposiciones y símbolos que, para estudiantes que piensan más en memes que en modus ponens, pueden parecer jeroglíficos. De allí surge el verdadero reto: tropicalizar la lógica. Analizar publicidad política, discursos en redes o debates mediáticos se vuelve una estrategia eficaz. Cuando un estudiante reconoce una falacia entre influenciadores y promesas electorales, ha logrado más filosofía práctica que muchos adultos en plena campaña.

Por otro lado, en Ética Cívica el objetivo oficial es formar ciudadanos responsables. La intención es admirable, pero la realidad es más compleja. Los jóvenes observan que la honestidad no siempre es recompensada, que el ejemplo adulto suele fallar y que el civismo se enseña más desde el regaño que desde la coherencia. Por eso, la ética debe aterrizarse. Preguntas como por qué es tan fácil tirar la basura en las calles en vez de botarla en un recipiente o reciclarla, copiar tareas o marcar asistencia por un compañero ausente abren la puerta para entender cómo la cultura moldea la moral diaria. Así, la ética deja de ser sermón y se convierte en autocrítica con humor.

La Filosofía —frecuentemente vista como materia decorativa— debería ocupar un lugar central en el currículo. El pensamiento es el recurso natural que Panamá menos explota. En un país donde el “todo está bien” funciona como mecanismo de defensa emocional, filosofar adquiere carácter de acto revolucionario. Cada joven que reflexiona, cuestiona con respeto y desarrolla conciencia contribuye a fortalecer el músculo más débil de la democracia: la responsabilidad cívica.

Mientras tanto, el uniforme del Meduca simboliza orden, estructura y pertenencia, pero también revela una paradoja: se pretende formar mentes libres dentro de un sistema que, a veces, teme la libertad de pensamiento. Enseñar filosofía en este contexto es como hacer yoga con botas de combate: incómodo, pero posible. Los salones con ventiladores dañados, marcadores que no pintan y estudiantes que preguntan si Platón tendría TikTok forman parte del escenario. Allí nace la verdadera filosofía tropical: pensar sin solemnidad, adaptarse sin rendirse y enseñar sin perder la risa.

El objetivo no es formar repetidores de citas clásicas, sino estudiantes capaces de cuestionar con la misma energía con la que otros se quejan. Jóvenes que usen la lógica para no dejarse manipular, la ética para no seguir modas dañinas y la filosofía para entender que vivir en Panamá también implica una reflexión constante. Estudiantes que reconozcan su cultura sin conformarse con sus defectos y que vean la educación como un espejo y no como una obligación.

Finalmente, si el currículo aspira a transformar, debe dejar de ser un documento burocrático para convertirse en una herramienta viva donde el pensamiento panameño tenga espacio real. No basta con copiar modelos europeos ni agregar frases inspiradoras: es necesario escuchar al país, a los docentes, a los estudiantes y a la realidad tropical. Solo entonces la filosofía, la lógica y la ética dejarán de verse como materias “raras” y se convertirán en herramientas esenciales para entendernos mejor como sociedad.

En un país donde pensar parece un lujo, el aula sigue siendo una trinchera silenciosa y la reflexión, un acto de esperanza.

La autora es profesora de filosofía.


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