Ante los grandes avances de las inteligencias artificiales en el contexto de la cuarta revolución industrial, se hace necesaria una formación integral que contemple los diversos ámbitos del saber humano. A esto lo hemos llamado interdisciplinariedad. Como planteó Pablo González Casanova, “en el momento actual, la interdisciplina genera nuevos vínculos entre las ciencias y las humanidades”. De eso se trata: de fortalecer esos vínculos y desarrollar nuevos nodos. La complejidad del mundo exige una formación a la altura de estas circunstancias. Siguiendo las reflexiones de González Casanova, nos vemos en la impostergable necesidad de rehacer las relaciones entre ciencias y humanidades, para lo cual es fundamental mapear el estado actual de nuestra formación interdisciplinaria.
Una formación interdisciplinaria no implica abandonar el rigor de cada disciplina, sino fortalecerlo, estableciendo diálogos con otros campos para dar cuenta de la complejidad del mundo. Nuestras universidades, facultades y departamentos fueron diseñados en el siglo pasado bajo un carácter monodisciplinario. En el siglo XXI se han dado algunos cambios orientados a romper ese cerco, pero aún no hemos dado el salto que permita formar interdisciplinariamente en esa relación intrínseca y necesaria entre ciencias y humanidades. O, para decirlo como Edgar Morin, se hace necesaria la idea de la complejidad para comprender las contradicciones del mundo y transformarlo en busca del mayor bienestar de la humanidad.
Necesitamos emprender un proceso sistemático y riguroso de producción de conocimiento que integre métodos, teorías y perspectivas de múltiples disciplinas para abordar problemas complejos que no tienen solución desde un único campo del saber. Como hemos señalado, no se diluye el rigor disciplinar: se potencia mediante el diálogo crítico entre saberes, generando nuevos marcos conceptuales, herramientas metodológicas híbridas y soluciones innovadoras. El objetivo es comprender y transformar realidades multidimensionales, como el impacto social de la inteligencia artificial —que supone una aceleración en todos los ámbitos de nuestra vida material y espiritual— o la crisis ambiental —que podría conducir al colapso de la existencia humana en el planeta—, superando las limitaciones de los enfoques fragmentarios. La realidad no es un pastel para rebanarlo.
Las estructuras educativas del siglo XX, jerárquicas y disciplinarias, son insuficientes para formar profesionales capaces de enfrentar problemas complejos como el desafío de las inteligencias artificiales o la crisis climática, que exigen una integración compleja de saberes.
El autor es profesor e investigador universitario.

