Exclusivo Suscriptores
Vocación de servicio

Formación médica

No recuerdo cuál fue el primer paciente que muriera frente a mí, como no recuerdo cuántos tubos de tórax inserté con urgencia en el frágil pecho de mis prematuros más enfermos o a cuántos les intubé la tráquea o coloqué en un respirador, durante mis años de entrenamiento en neonatología. Todo era nuevo en aquellos programas y todo transcurría sin tiempo.

Formábamos enfermeras neonatales en las mismas salas donde resolvíamos problemas. Decidimos que el enlace entre padres y médicos de recién nacidos prematuros y enfermos eran, por primera vez en Estados Unidos, las trabajadoras de servicio social. Los terapistas respiratorios ensayaban con nosotros nuevos equipos para sostener la vida y regresar las esperanzas. Reconocimos la intimidad de las funciones que se ejecutaban dentro de las diminutas cajas torácicas humanas, volábamos juntos para traer o llevar niños muy enfermos a miles de kilómetros de sus madres, a sus destinos de tratamiento. Todos aprendíamos sobre la marcha y de todos era la marcha. No había tiempo para desgastarlo.

La mentoría era horizontal, lo que facilitaba no solo la confianza sino la participación, donde el orden académico no eran los años y las canas, sino las lecturas que cada noche se constituían en la pastelería del día siguiente. Éramos sitio de referencia para nuevas formas de manejo y tecnologías emergentes. Un laboratorio humano donde se hacía escuela con maestros del mundo, en salas y pasillos, al lado de prematuros cada vez más pequeños e inmaduros, bajo el calor y los ruidos de las incubadoras y los múltiples monitores de signos vitales y funciones débiles y vulnerables, angustiosa herencia de haber nacido muy temprano. Aprendíamos de todos y enseñábamos a todos. La soberbia de quien no aprende de nadie y nada aprende, de quien todo lo sabe y nada sabe, no tenía cabida en esos años de mi mejor formación, y tampoco hoy día.

No llevo estadísticas, porque no estaba ni he estado en un concurso de Guinness, sobre las numerosas inserciones de tubos de tórax, de aquellas difíciles intubaciones traqueales, a veces guiadas solo por el dedo índice, ni el número de prematuros ventilados con ajustadas máscaras faciales o instrumentos introducidos en sus pequeñísimos y angostos tubos de respirar, de recambios de dos y hasta más volúmenes de su sangre para su circulación, aritméticamente calculados para el bebé de 600 u 800 gramos que moría infectado. Solo pienso que fueron muchos más de los que hubiera querido y muchos menos de los que pudieron ser, y que los tiempos de aprendizaje los cursaba con respeto, prudencia y confianza, entusiasmo, esperanza, dedicación, coraje y dignidad.

Como fellows cuya educación era costeada por un rico segmento empresarial de la sociedad de Denver, manteníamos una relación íntima con la comunidad que siempre apoyaba los programas, incluso participaba en su elaboración y su evaluación. A ella nos debíamos y a ella rendíamos cuentas. Fueron estos pequeños enfermos quienes cincelaron el manejo moderno de la neonatología, donde cada uno era el maestro del otro y el tamaño del bebé era un reto al enorme ego de no pocos otros.

El aprendizaje en Medicina es para servir en la sociedad donde se quiere vivir. Recuerdo siempre el sabio consejo de uno de mis más preciados maestros: “no vayas a trabajar donde te gustaría trabajar, sino donde te gustaría vivir”. Allí está la clave para ponerte a tono con coherencia, dedicación, amor, emprendimiento y honestidad con la comunidad donde se nos permite vivir. Para sentir orgullo de pertenecer y del trabajo que se realiza para satisfacer la confianza y la esperanza del enfermo.

La escuela de Medicina forma hombres y mujeres de los mismos huesos y carne de quienes les confían sus cuerpos para aliviarles su dolor, para curarles, para acompañarlos en ese lado oscuro de la vida que es la enfermedad. Doctores que también experimentamos esos dolores y restricciones que estorban la salud y la felicidad del Otro; que también sufrimos por la abundancia de egoísmo y la pobreza de solidaridad entre nosotros. Médicos que no tenemos todas las respuestas, que experimentamos temores por la enfermedad y por la muerte, por la casualidad, por los actos aleatorios de la medicina, la incertidumbre y el desconocimiento, por lo que se nos escapa de las manos, incluso cuando nunca estuvo en ellas. “Primero no hacer daño” no es un slogan, es un compromiso para el cual nos formamos con rigor y honradez, cada uno de nosotros, los médicos.

El autor es médico.


LAS MÁS LEÍDAS

  • Gobierno contrata a multinacional estadounidense para diseñar el quinto puente sobre el Canal. Leer más
  • Cuarto Puente sobre el Canal de Panamá: así será el Intercambiador del Este en Albrook. Leer más
  • Denuncia ante el Ministerio Público frena contrato millonario de piscinas que firmó la Alcaldía de Panamá. Leer más
  • Días feriados y fiestas nacionales en Panamá 2026: Calendario detallado. Leer más
  • Grupo Cibest acuerda vender Banistmo en Panamá a Inversiones Cuscatlán. Leer más
  • Trasladan a la directora del Cefere por el caso de La Parce. Leer más
  • Ministerio Público investiga presunta corrupción en el otorgamiento de trabajo comunitario a La Parce. Leer más