En el principio fue la palabra la que puso en marcha esta historia. Frank Spano ganó en 2005 el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, en la categoría de Teatro, con su espléndida obra Gauguin y el Canal, y desde que la leí supe que las «8 escenas y un acto» que la componen se convertirían en imágenes. El reto, visto el cine que practica el director de Hora menos y Human Persons, sería hacernos volver al «escenario», al Panamá de la construcción del Canal francés, a los años de huida de Gauguin hacia Panamá y, de allí, a Tahití.
Frank Spano estrena en Panamá una película emocionante, de una épica reflexiva, que nos dibuja con colores intensos el conflicto interior de una de las mentes creativas más importantes de la Historia del Arte. Gauguin y el Canal (2022), nos lleva de viaje hacia el mundo atormentado del francés Paul Gauguin (1848-1903), al final de su vida, momento en que recuerda su paso por Panamá y sus días de trabajo en el Canal, mientras le urge pintar una última gran obra de arte por un bien mayor.
La grandeza de la película radica en las conexiones emocionales que traza. Vemos un muy bien documentado escenario, de colores intensos y de vegetación exuberante que nos sirven de contrapunto, de escala de medida con el mundo que ha abandonado Gauguin en busca de su verdad creativa. Allí Spano nos ofrece una lección de contraste narrativo, haciendo que la densa oscuridad interior del artista se crezca al exponerla a la belleza exterior de un caribe fértil y luminoso, consiguiendo que la capacidad reflexiva de la película sea más diáfana.
Otra de las claves está en los diálogos, en la fluidez de las palabras bien soportadas en un elenco actoral que consigue transmitirnos la intensidad del relato. El uruguayo Roberto Birindelli, espectacular en el papel de Gauguin, consigue lo que se espera en una historia de este tipo: que todo pase por la emoción del protagonista (no olvidemos que estamos en la memoria caótica y creativa del pintor), lo que no le permite decaer en ningún momento de la película, dándonos momentos interpretativos memorables.
Frank Spano sabe retratar muy bien las emociones, pero el reto aquí está en llevarnos al pasado, desplegar un escenario que ya no existe y pintar sobre él el tormento creativo de un personaje del que conocemos los resultados artísticos de su búsqueda. Y el director no defrauda: demuestra otra vez su capacidad para concretar las historias que se plantea. Spano rastrea la búsqueda de Gauguin, su zozobra vital, y ya encontrada al escribir su obra de teatro, se pone detrás de la cámara para convertirla en imágenes que nos sumergen en la mente del pintor, que nos llevan en volandas por las calles de una oscura tristeza, de una encendida pasión que nos mantiene al borde del llanto, el grito y del aplauso hasta llegar al lugar santísimo de las emociones que se producen en el corazón mismo del alma.
Construida como un viaje, Gauguin y el Canal les va a sorprender por sus colores, por el ocre de sus atmósferas, por el azul de sus interiores. Viaje que se nutre de nuestros colores externos para explorar las pulsiones que laten en el corazón de todos, porque al final todos somos un poco ese Gauguin desesperado, al borde de sí mismo, de alguna forma todos buscamos la belleza, la libertad, las respuestas y las soluciones. Caminen junto al pintor francés hasta el fondo de sus cuadros, recreados de forma brillante para la película, y disfruten mirándose en el espejo.
Panamá y su Canal, de fondo, de escenario, pasando casi de puntillas por la vida de un artista extraordinario. Panamá y sus huellas que calan hondo y nos revuelven la mirada. Frank Spano ha conseguido situarnos con su película en el alma de la pintura Universal, convirtiendo lo que parecía una estancia efímera en nuestro país en el momento decisivo de la vida de Gauguin. Otra excelente lección de contar bien historias: mirar desde otra luz para cambiarlo todo, para colocarnos al lado de la belleza, para reconciliarnos con un arte que se está haciendo cada vez mejor. No dejen de verla.
El autor es escritor.
