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Frente a nuestros ojos

Hace una semanas, escuché una entrevista del escritor español Arturo Pérez-Reverte, donde decía que le parecía muy interesante la forma como estábamos viendo pasar ante nosotros la caída de un imperio. Aunque pueda sonar un poco fatalista, sin duda, tiene elementos interesantes a tomar en cuenta de cara a lo que se infiere en el futuro.

A lo largo de la historia, todos los imperios invariablemente fueron cayendo. Los egipcios, los griegos, los romanos, los mayas, los aztecas, los incas, los españoles y los ingleses, con el paso del tiempo, fueron viendo caer aquel poderío que en un momento determinado parecía infinito.

Una de las diferencias entre nuestros tiempos y la antigüedad es que todo ocurre mucho más rápido. La caída del imperio romano, que por lo por lo general se data en el año 476 D.C, comenzó varios siglos antes. Las guerras, la descomposición social y las luchas por el poder, sumado a la invasión de los bárbaros germánicos, terminó por desmantelar lo que posiblemente sea el imperio más poderoso e influyente de la historia.

Cronológicamente, el gran poderío de Estados Unidos como abanderado de la cultura occidental, pudiéramos situarla en el periodo entre la primera y la Segunda Guerra Mundial. Desde ese punto de vista, hace poco más de un siglo que la “gran nación americana” se considera el modelo de la democracia liberal por excelencia.

A pesar de que hace tiempo se viene diciendo que se acerca el fin del “Imperio Americano”, lo que estamos presenciando en este momento tiene visos de ser los elementos premonitorios del desmoronamiento de un sistema del cual, los Estados Unidos de América, representaban una forma de vida que duraría mucho tiempo.

La llegada de Donald Trump al poder en 2016, ya dio avisos de lo que podría ser capaz un individuo sin escrúpulos de ningún tipo y con una personalidad claramente patológica, a la cabeza del país más poderoso del mundo. En 2020 dio la impresión de que habían entendido lo que aquello significaba. Pero en 2024, Trump vuelve al poder con mucho más ímpetu que en su primer periodo presidencial. Sabiendo que solo contará con cuatro años para imponer su forma de pensar a toda la sociedad americana, en los seis meses que lleva en el cargo, se ha dedicado a desmantelar todo aquello que considera ajeno a sus intereses. O sea, todo aquello que represente sensatez, educación, ciencia, respeto a los demás, institucionalidad democrática, la más elemental decencia, y un larguísimo etcétera.

Lo que Donald Trump está implementando en Estados Unidos es un gobierno autoritario de manual. Todo está centralizado en su persona y sus deseos. Ha montado una cruzada contra la ciencia, las universidades, la investigación y, en general, contra la democracia en el amplio sentido de la palabra.

Nadie diría que, en 2025, Estados Unidos estaría implementando una fuerza de seguridad interna para perseguir a los migrantes, que constituyen un elemento muy importante del desarrollo y la fuerza laboral de Estados Unidos, apoyado en un discurso claramente exagerado que identifica a los extranjeros como una banda de delincuentes y enfermos mentales, que viajan a Estados Unidos a matar a la población americana, a traficar drogas, y cometer delitos. Del mismo modo, hace un año nos parecería absurdo que alguien nos dijera que en el sitio web de la librería del Congreso se borraría una parte de la Constitución que no le agrada a Mister Trump.

Los personajes que han nombrado en el Gabinete y en puestos muy importantes dentro del engranaje gubernamental, constituyen un buen ejemplo de lo que pudiera clasificarse entre un zoológico y un circo. El nivel de ignorancia elemental y el grado de desconocimiento de cómo funciona un gobierno, no se le hubieran ocurrido ni en sus mejores momentos a Mel Brooks. Otro de los elementos de autoritarismo que ha implementado Trump y “la trumpada” es la persecución a los medios que dicen cosas que no son de su agrado. Todo aquello que no le gusta, él se limita a calificarlo como Fake News o incluso como Bullshit. Incluso, esta semana despidió a la jefa de la oficina de empleo, porque dio números que a él no le gustaban.

Pero de todo lo malo que está haciendo el gobierno de Estados Unidos, no me cabe la menor duda que lo más grave es el desmantelamiento sistemático de toda la estructura de ciencia en la que se apoya el sistema de salud, no solo de su país, sino también de muchos países del mundo. Desde abandonar la Organización Mundial de la Salud, de la cual Estados Unidos representaba un altísimo porcentaje de su financiamiento, hasta la suspensión de fondos federales para la investigación de medicamentos, vacunas, salud pública y medidas contra nuevas pandemias, no pasa un día sin que Robert F Kennedy Jr. no diga o haga algo que produzca escalofríos en todo aquel que trabaje en salud o en investigación. Tan solo esta semana, este líder anti-vacunas que dirige el departamento de salud de Estados Unidos, suspendió 500 millones de dólares en programas de desarrollo de vacunas, sacándose de la manga un cuento que las vacunas de RNA mensajero no sirven para virus respiratorios. Evidentemente, ese argumento no tiene ningún fundamento, pues basta solamente ver las gráficas de incidencia de covid-19 antes y después de que comenzara la vacunación.

Las universidades más serias de Estados Unidos han sufrido serios recortes en fondos federales, utilizados para desarrollar programas científicos. El descaro de Trump ha llegado a extorsionar a varias universidades para que puedan seguir funcionando en sus proyectos de investigación.

Pero la extorsión no ha sido solamente con las universidades, también a los medios los ha presionado para despedir periodistas, cancelar, programas o incluso que le paguen demandas sin ningún tipo de fundamento, para permitirles implementar su planes de desarrollo. Sino, que le pregunten a Paramount por los 16 millones de dólares que tuvo que darle para poder cerrar su fusión con Skydance Media.

Y mientras todo esto pasa, el mundo mira anonadado cómo, poco a poco, se va a desmoronando el país que muchos veíamos como un ejemplo de democracia e institucionalidad. Donald Trump está dejando claro que no hay sistema de contrapesos que pueda con un delincuente común que ocupa el cargo más poderoso del mundo.

El autor es médico.


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