EL MALCONTENTO

El futuro: Paco Gómez Nadal

El futuro: Paco Gómez Nadal
El futuro: Paco Gómez Nadal

El futuro siempre es incierto. Nadie, ni siquiera los que cobran por ello, puede predecir qué será de nosotros, de nuestros territorios, de nuestros hijos. Los economistas, nigromantes con título universitario, suelen hablar del futuro como si supieran en qué consiste, cuando en realidad son los grandes especialistas en justificar el porqué de sus erráticas predicciones. Los políticos nos prometen un futuro lleno de bondades y las Iglesias nos consuelan con un paraíso del que, como decía un creyente vecino de mi madre, nadie ha vuelto para contarlo. Las universidades ofrecen futuros envasados en cartones con sellos y las canciones de amor nos engatusan con un futuro de melcocha en el que levitaremos sobre la tierra del brazo del amado o la amada.

El futuro siempre es incierto, pero también es verdad que está muy condicionado por el presente. Las decisiones personales que tomamos, los acuerdos sociales que toleramos son determinantes en lo que está por venir. Me decía, hace tiempo, un sabio indígena, que la clave del presente es entender que seremos los ancestros de alguien en ese futuro invisible. Eso confiere responsabilidad y la responsabilidad es actuar teniendo en cuenta las consecuencias de nuestro devenir.

Un país también influye en su futuro. Yo creo, con humildad, que en general los países son malos constructores de futuro. Conozco pocos ejemplos en los que las decisiones acertadas pavimenten una ruta amable hacia ese futuro. Miren a Colombia, dispuesta a dilapidar la esperanza en una disputa política (pobre comunidad colombiana en Panamá, cuyo 12% fue a votar y quedó como uno de los pocos consulados donde ganó el “no” al acuerdo de paz). Miren a España, enzarzada en disputas políticas que solo perjudican a la población. Miren a Estados Unidos, tan obsesionado con seguir siendo imperio en el presente que hipoteca a cada paso de gigante su futuro de pequeñeces.

Panamá va por un mal camino para dejar a los herederos un país equilibrado. Leo que ahora el Instituto Nacional de Cultura, esa institución sin alma que no soportó ningún intento de mejora, anuncia que quizá–si todo va bien, no hay huracanes y el papa lo bendice– el Museo Reina Torres de Araúz se reabrirá al público en dos años. Las panameñas y panameños llevan ya más de seis años sin ver esa colección fundamental para entender Panamá y su evolución. No quiero ni pensar en el estado de los otros museos que Reina Torres impulsó: el Parque Arqueológico El Caño, el de la Nacionalidad en La Villa de Los Santos, el Museo de Historia de Panamá, el de Ciencias Naturales o el de Arte Religioso Colonial, entre otros.

Hace poco visité la Aduana de Portobelo, donde se había montado una pequeña muestra museística cuando fue restaurada. Ahora la humedad, el desdén y la indolencia la mantienen triste y desvencijada.

Parece que preferimos los museos-espectáculo a los museos que construyen patria y que refuerzan identidad y conocimiento.

Me parece que lo que ocurre con el Museo Reina Torres de Araúz simboliza que en el presente las autoridades panameñas están acabando con el futuro. Panamá solo tendrá centros comerciales donde pasear porque la cultura, ese elemento fundamental para garantizar una sana conexión entre el pasado, el presente y el futuro, está condenada a muerte.

No ha habido un gobierno que ponga la cultura como un asunto de Estado. Las bibliotecas agonizan, los museos agonizan, la plata se va a asuntos tan espurios como un gigante plástico rosado sobre la India Dormida o se irá a aglomeraciones de fieles, como la prevista en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Para la cultura no hay plata ni cabeza.

Panamá tiene –aún– suficiente capital humano cultural como para hacer una política pública nacional a medio plazo que revierta esta situación, pero me temo que ni es una prioridad de Varela & Company (aquí todo es una company) ni será una exigencia de los electores (más preocupados por si, al contacto con una cartilla de papel, se les pega el “virus” de la homosexualidad).

El futuro es incierto, pero con base en algunas decisiones u omisiones del presente uno podría predecir lo peor. Como soy un poco “complotero” siempre pienso que nada es casual, que la desidia no es equivalente a la inercia, que el destino no está escrito en un libro sagrado que reposa en la mesilla de noche de algunos hoteles. La ignorancia permite que en Colombia haya ganado el no, que en Estados Unidos Donald Trump pueda ser candidato presidencial, que en España una mano de corruptos dirija el país, o que en Panamá–¡ay mi Panamá querida!– el juega vivo sea más prestigioso que el intelecto. Ojalá, como buen predictor, esté metiendo las patas. Me alegrará profundamente.


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