Desde hace mucho tiempo existe una desconexión absoluta entre la clase política panameña y la población a la que esta “representa”. Hoy en día, los políticos de siempre se esconden bajo sus regalos electorales para decir que cumplen con sus ciudadanos, pero la forma que utilizan para “cumplir” es tan denigrante como cínica, y a largo plazo no crea más que una dependencia en la población de la cual ellos se alimentan y, peor aún, disfrutan.
Me quiero referir hoy a la conexión indispensable que debe existir entre ambos actores (población y políticos) para poder practicar una democracia participativa real; hablo de la conexión que se manifiesta a través de escuchar, entender y actuar tomando en cuenta los problemas e iniciativas que surgen de las comunidades.
Los ciudadanos no se sienten partícipes de las decisiones e iniciativas que presentan los políticos porque no existe un espacio directo y efectivo para manifestar nuestras opiniones e ideas. Por el contrario, lo que nos encontramos es un camino minado de explosivos burocráticos puestos a propósito por quienes nos representan para que sea difícil exigirles rendición de cuentas y que nos impiden además ser parte integral de la identificación de problemas y de ofrecer soluciones innovadoras y duraderas.
Si tomamos en cuenta que el artículo 2 de nuestra Constitución Nacional indica que “el poder público solo emana del pueblo”, pero ese poder solo es ejercido cada cinco años, vale la pena preguntarnos, ¿cómo los políticos están supuestos a representarnos cuando no existe el mecanismo para expresar nuestras opiniones más que una vez cada cinco años? En esa misma cantidad de tiempo salen, por ejemplo, cuatro modelos nuevos de iPhone, mientras que nuestro modelo de gobierno no evoluciona y es el mismo desde hace más de 100 años.
Nuestro sistema democrático nació utilizando la tecnología de la imprenta y aún no hemos podido hacerle la actualización para que se adapte a la era de la internet y la red. Internet es la gran herramienta democratizadora de nuestro siglo, en la que hasta la persona del pueblo más remoto puede tener acceso a la misma información y comunicación que aquel que reside en el centro de la ciudad; además, al mismo costo. No estamos integrando y adaptando nuestros sistemas políticos a estas nuevas realidades y a la velocidad con las que ellas evolucionan. Por miedo a la innovación, nos la hemos pasado maquillando el problema en vez de operarlo quirúrgicamente y extirpar el tumor político en que se ha convertido la crisis de representación. Tenemos un sistema que no nos representa, chocando con un mundo donde estamos cada vez más acostumbrados a representarnos a nosotros mismos.
Hay que actualizar el contrato social de la democracia representativa utilizando a nuestro favor las herramientas que nos regala el avance tecnológico. Esto no es imposible, las herramientas y las tecnologías están. El surgimiento de plataformas políticas y partidos “hacktivistas” en el mundo que a punta de la digitalización han eliminado gran parte de los altos niveles de corrupción y burocracia de sistemas políticos superados, son ejemplos de que la representación ciudadana es posible si le perdemos el miedo a innovar. El error está en pensar que la democracia es un sistema completo y perfecto, cuando en realidad instaurado en su naturaleza es la constante evolución de a quienes representa.
A menos de dos años de las próximas elecciones, tenemos un momento de oro para adaptar nuestro sistema político a las realidades tecnológicas del hoy y del mañana.
Hoy en Panamá existen más celulares que gente (172 celulares por cada 100 personas), esto quiere decir que estamos conectados pero no estamos aprovechándolo para hacer ruido y darle uso a nuestra inteligencia colectiva. Debemos perderle el miedo al progreso digital gubernamental y darle la bienvenida a plataformas que nos ayuden a ser mejores ciudadanos trasladando esa frustración que se siente en las calles a la red, permitiendo que la participación ciudadana legitime nuestra democracia.
No podemos dejar de innovar por tenerle miedo a fracasar. Lo único cierto es que, si seguimos haciendo las cosas de la misma manera, seguro seguiremos obteniendo los mismos resultados.
