Quien no quiera ver el drama político e institucional que estamos viviendo en este país, una de dos: es cómplice o ignorante. Miren las encuestas (que por muy bajando que parezca), el “designado” sigue arriba, mientras el dueño del caballo “Plátano” se ofusca con periodistas y nadie quiere votarle, pero no crean cojera de perro: Dios nos libre de una perversa coalición que le instale en el Palacio de las Garzas. La cosa está gris oscuro.
Súmenle ahora el espectáculo de la tramitación de un proyecto de ley de transparencia que aspira a la opacidad, que busca evitar que se pueda exigir rendición de cuentas, hecha en un momento muy poco oportuno (oportuno para ellos), en medio de la discusión de asuntos fundamentales para el sustento del Canal y la defensa de nuestros recursos naturales: la mina. Aquí ya vamos llegando al negro.
Menos transparencia, más corrupción. Menos libertad de expresión, más control y servidumbre ejercerá el poder sobre los ciudadanos. Cuanto más denigremos las instituciones, menos calidad democrática. Y estos conceptos tan obvios son los que más estamos ignorando como sociedad civil, lo que terminara por llevarnos al caos, a un estallido social muy serio.
A lo dicho, añádanle el drama del Darién. Escucho opiniones ignorantes, de un nacionalismo vacío, sin fundamento ni soluciones para una situación a la que no estamos acostumbrados y para la que no estamos preparados. La cosa, llegados aquí, pinta negro oscuro, sin remedio, excepto el de las urnas el próximo año, desalojando del poder a la caterva que tenemos por gobernantes.
De color de hormiga se va tiñendo todo, y los ignorantes o cómplices de esta situación lo son por conveniencia. Un país así no durará mucho y terminaremos emigrando, porque no nos quedará más que una zanja de 80 kilómetros y una mina que esclavice a los que se queden. No hagamos experimentos políticos: o se van del poder o tendremos que empezar a abandonar nuestro país.
El autor es escritor

