Quizás Jürgen Habermas sea el filósofo vivo más importante del mundo, con una obra monumental y sistemática. En un contexto como el actual, cuando algunos afirman que no quieren dialogar con quienes piensan distinto, resulta insensato que lo diga un funcionario público o cualquier persona con incidencia en la opinión pública. Esta postura refuerza una idea absurda, salvo que vivamos en un régimen totalitario donde se discrimina a quienes disienten, algo que nuestra Constitución prohíbe.
La idea trasnochada de la Guerra Fría que muchos aún sostienen —la de un grupo de radicales comunistas cuyo único objetivo es destruir el país— carece de fundamento y solo sirve para alimentar divisiones.
Estamos llegando a un punto en el que todo parece volverse indisoluble. Vamos de conflicto en conflicto. El Gobierno, en lugar de actuar como árbitro entre los intereses de los distintos grupos y clases sociales, se vuelve parte del problema al carecer de la capacidad para lograr consensos. En este contexto, el diálogo se vuelve más importante que nunca.
En esa línea, Habermas escribió su obra magna, Teoría de la acción comunicativa, en varios volúmenes. Allí desarrolla una profunda reflexión con implicaciones prácticas para establecer diálogos orientados a la consecución del consenso.
Ante la proliferación de noticias falsas y la manipulación de la información, la población ha desarrollado un creciente desencanto hacia la comunicación oficial del Gobierno. Peor aún: las acciones no se corresponden con el discurso, y la falta de coherencia en el mensaje genera desconfianza, especialmente cuando la “intención del hablante” no coincide con lo que expresa, ocultando sus verdaderos intereses. De allí la importancia de la ética, no como arma, sino como necesidad. Es el fundamento de las demandas legítimas de la sociedad civil por mayor transparencia ante tanta opacidad.
Un Gobierno que no busca consensos entre las partes en tensión no cumple su función de gobernar democráticamente. Las teorías de Habermas son fundamentales para el funcionamiento de una sociedad democrática. Es preocupante el tono autoritario de nuestros gobernantes, que imponen sus agendas en detrimento del diálogo y los acuerdos. Como planteó recientemente Harry Brown: dialogar solo con quienes ya están de acuerdo tiene severas limitaciones para resolver los problemas.
La incertidumbre y la inestabilidad que vive el país son responsabilidad del Gobierno, no de quienes protestan legítimamente. El objetivo debe ser construir consensos, no reproducir prejuicios anacrónicos que ignoran la complejidad del mundo actual.
El autor es investigador y profesor en la Universidad de Panamá.
