Es claro que la coalición o movimiento Vamos no persigue una transformación social de la sociedad panameña donde impere la justicia social o el bien común, al mejor estilo de una socialdemocracia o partido de izquierda. Esto indica que este movimiento “pluripersonal” más bien se orienta hacia la derecha o centroderecha, políticamente hablando.
No he visto un plan o programa de gobierno más allá del discurso moralista anticorrupción y de transparencia que formó parte del enunciado inicial con el que Juan Diego Vásquez y Gabriel Silva, sus principales mentores, se pronunciaron durante toda su gestión como diputados en la Asamblea.
Tampoco he podido contemplar una “visión de país” que presente Vamos en muchos temas sensitivos que siguen pendientes, como el de la pobreza y pobreza extrema en Panamá. ¿Qué pasos plantea para enfrentar este nudo que se hace más fuerte cada día?
Sobre la temática de los pueblos indígenas y su futuro, tampoco he observado ningún tipo de planteamiento o camino a seguir. Es más, no hay ninguna figura dentro de este colectivo que encarne a los pueblos originarios.
El tema de la justicia no se plasma en puntos o pasos concretos que se requieran para hacerla más efectiva y darle la respuesta que la sociedad espera desde hace décadas, en especial frente a los delitos de “cuello blanco”, donde siempre resultan favorecidos quienes tienen poder económico o lazos políticos.
El pueblo panameño, en su esperanza por ver un movimiento nuevo ajeno a los “vicios” de los partidos tradicionales, dio un voto de confianza a todos aquellos candidatos que se cobijaron bajo el paraguas de “independiente” con el sello de la coalición Vamos.
Sin embargo, las puertas del movimiento se abrieron a diversos tipos de integrantes con ideas disímiles y con una concepción del “hacer política” idéntica a la de los partidos tradicionales. Por ello estamos presenciando en la Asamblea la mutación de algunos de sus miembros, quienes están dejando su piel de independientes para hacer pactos de recámara con el Ejecutivo o con otros partidos de vieja data en el arte de la demagogia y el engaño.
Podría decirse que existe una propuesta social y una visión más madura en cuanto al quehacer político en varias de sus figuras femeninas en la Asamblea, como es el caso de Walquiria Chandler, Alexandra Brenes y Yamirelis Chong. Es una lástima no poder decir lo mismo de algunas figuras masculinas que parecen más interesados en ventilar asuntos internos del movimiento en los medios de comunicación para inflar su ego.
En Vamos también impera el grupo de los “proactivos”, que se esmeran en resolver situaciones domésticas de sus distritos para publicarlas en redes sociales, pero que carecen de una orientación ideológica clara o de una visión de largo plazo.
Es curioso que algunos diputados de Vamos todavía manejen un discurso anticomunista de la posguerra, estructurado en su momento por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos para contrarrestar la influencia soviética y cubana en América Latina, y que actualmente resulta desfasado en un mundo donde los propios Estados Unidos comercian con China y Rusia.
Es imperioso que para ser diputado o diputada de nuestra Asamblea se requiera no solo formación profesional, sino también un equipaje cultural que permita discernir correctamente y no caer en la chabacanería a la que nos tienen acostumbrados varios integrantes de la Asamblea. El país ya se merece algo mejor que el circo que nos presentan a diario.
El trastorno “narcisista” en Vamos no le hace bien a un movimiento que pretende convertirse en un partido político alternativo y no en más de lo mismo. El consenso, seguido de una directriz clara para votar en bloque, es necesario para no caer en la anarquía o el “juega vivo”. Habría que definir qué perfil político necesita la coalición y hacia dónde realmente se encamina esta propuesta alternativa con la bandera de “independiente”.
El autor es sociólogo y docente.

