Hacia una economía con propósito



Durante más de 70 años, el pensamiento económico ha estado dominado por fundamentos teóricos clásicos, en un entorno muy lineal y previsible, con ambientes de libre competencia. El crecimiento económico, medido a través del PIB (Producto Interno Bruto), era el indicador de progreso por excelencia de las naciones. Esto comenzó a mediados de la década de 1930, cuando el Congreso de los Estados Unidos encargó al economista Simon Kuznets diseñar un indicador de la Renta Nacional.

En la última década, movimientos estudiantiles y economistas del siglo XXI comenzaron a hablar de una economía circular y de la necesidad de lograr un desarrollo más sostenible. El objetivo principal ya no era simplemente crecer indefinidamente, sino prosperar de forma más responsable, respetando el medio ambiente y los derechos humanos.

La profesora Kate Raworth, una de las pensadoras más recientes de las economías más humanistas, ha desarrollado su teoría enmarcada entre dos círculos virtuosos que deberían limitar los espacios del desarrollo económico de forma más regenerativa y distributiva. Un círculo superior representado por el aspecto ecológico, y otro inferior donde se sitúan los elementos sociales necesarios para el bienestar humano, tales como: salud, alimentación, educación, vivienda, agua, energía, trabajo digno, paz y justicia, entre otros. Todo esto se visualiza como una rosquilla o donut, que ella llama la “doughnut economy”. Aunque ningún país la haya aplicado en su totalidad, cada vez son más los países o ciudades que se interesan en adoptar sus principios en sus planes de desarrollo económico, como Costa Rica, Países Bajos, Escocia, Nueva Zelanda, Berlín, y Bruselas.

A pesar de estar muy claras las limitaciones del PIB como referente de prosperidad económica, sigue siendo el indicador más difundido y comentado por la mayoría de los economistas tradicionales. Sin embargo, es evidente que el crecimiento económico es una condición necesaria pero no suficiente para reducir la desigualdad y distribuir el bienestar.

Para ello, se requiere planificar sobre la base de una economía más inclusiva y sostenible por diseño, que incluya medidas redistributivas tales como impuestos progresivos, estímulos a la contratación formal en el mercado laboral, protección al menos capacitado, salario mínimo justo, medidas efectivas para la protección del consumidor y libertad de mercados, provisión de servicios públicos eficientes y accesibles, promoción de la inclusión financiera y desarrollo de procesos de transformación digital sin dejar a nadie atrás. Todo esto requiere la conjunción de esfuerzos entre el sector público y privado. Se trata de un nuevo enfoque económico que priorice satisfacer las necesidades básicas sociales de la población, abatir la pobreza y la desigualdad, y utilizar la tecnología para acelerar estos procesos.

La tecnología Blockchain, conjuntamente con la Inteligencia Artificial (IA) y otras tecnologías emergentes, tiene un potencial enorme, aún poco explotado, para contribuir a la sostenibilidad y la inclusión financiera. Estas tecnologías pueden facilitar la trazabilidad de los productos agrícolas, asegurando su calidad y sostenibilidad, desde la selección de las materias primas hasta el consumidor final. En el área financiera, también son amplios los usos que se les están dando a estas tecnologías.

Todos los grandes bancos americanos y europeos están aliándose con empresas fintech para desarrollar productos y servicios que faciliten la incorporación de los no bancarizados, que hoy en día superan los 1,500 millones de personas en el mundo. La tecnología Blockchain, por la transparencia con la que permite procesar los datos, se está convirtiendo en la autopista sobre la que se basarán todas las otras tecnologías emergentes. Sus usos se seguirán multiplicando aceleradamente en prácticamente todos los segmentos y áreas de negocios: salud, logística, agricultura, finanzas, comercio, educación, gobiernos, etc.

En síntesis, la profesora Raworth comenta que el nuevo enfoque de las economías debería pasar primero por cambiar el objetivo principal del crecimiento económico y sus respectivos indicadores, como el PIB y la concentración de mercados. En segundo lugar, habría que redibujar el enfoque mal llamado “neoliberal” de la economía, inclinándola hacia una más social que preserve la naturaleza. Por último, es necesario cultivar la naturaleza humana para que nos permita entrar en espacios más justos, solidarios y distributivos, que se enfoquen en la búsqueda de la prosperidad de las poblaciones, independientemente de que crezcamos poco o mucho, pero haciéndolo dentro de una economía con propósito.

El autor es economista.


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