En toda Gaza, la ayuda humanitaria es desesperadamente necesaria. No obstante, durante mucho tiempo ha sido explotada cínicamente por Hamás, en una práctica despreciable habilitada gracias a la activa colaboración de las Naciones Unidas.
La crisis humanitaria no es un resultado natural del conflicto; ha sido fabricada por Hamás para mantener su despiadado gobierno en Gaza, con la complicidad de la ONU.
La ayuda, destinada a salvar vidas, se ha convertido en un pilar del control opresivo de Hamás en la Franja. En lugar de distribuirla a las familias necesitadas, vastas cantidades de ayuda internacional —principalmente financiada por países occidentales— son requisadas de forma rutinaria por referentes del grupo.
Informes desde Gaza y múltiples investigaciones han demostrado cómo Hamás se apodera de camiones de la ONU con ayuda humanitaria, acumula los suministros para uso propio o los revende a precios exorbitantes a los civiles, quienes no pueden acceder a ellos de otra manera.
Las ganancias de esta especulación financian directamente la maquinaria terrorista de Hamás: pagan sueldos de hombres armados y sostienen arsenales utilizados contra Israel y, con frecuencia, contra los propios palestinos.
La ONU, lejos de impedir este abuso, ha hecho la vista gorda y se ha asociado activamente con las prácticas de Hamás, convirtiéndose en cómplice del fortalecimiento de su gobierno y de su esfuerzo bélico contra Israel.
Esta economía ilícita se impone con brutalidad. Testimonios creíbles e imágenes difundidas muestran a miembros de Hamás golpeando e incluso disparando a gazatíes que intentan reclamar alimentos o medicinas fuera de sus canales. Hamás disfraza esta represión acusando a las víctimas de “robarle”, cuando es el propio grupo el que saquea a los más necesitados.
Un faro de esperanza apareció con la red de ayuda alternativa manejada por la Fundación Humanitaria de Gaza (GHF, por sus siglas en inglés) y facilitada por Israel. Su misión es eludir las estructuras depredadoras de Hamás. En apenas dos meses, la fundación entregó más de 90 millones de comidas directamente a los civiles.
Sin embargo, a medida que más gazatíes acudían a la GHF, hombres armados de Hamás respondían con violencia, abriendo fuego contra la multitud y culpando escandalosamente a Israel por las víctimas. El 23 de julio, Hamás incluso lanzó cohetes contra un centro de distribución en el sur de Gaza.
Tanto Hamás como la ONU temen perder su monopolio corrupto sobre la ayuda. A pesar de conocer estas manipulaciones, la ONU sigue sosteniendo las redes de entrega controladas por Hamás, prolongando así su dominio y generando escasez artificial. Cuando grupos como la GHF ofrecen apoyo logístico, sus propuestas son ignoradas.
La ONU se niega a movilizar cientos de camiones de ayuda ya autorizados por Israel, que permanecen inactivos en Gaza mientras los alimentos se pudren y los medicamentos caducan. Las excusas son disputas burocráticas o supuestos “impedimentos”. Entretanto, sus acusaciones públicas contra Israel suenan vacías, más aún cuando su propio personal mantiene vínculos con Hamás.
El respaldo de la ONU a la narrativa fabricada por Hamás sobre la crisis humanitaria solo alienta a este grupo a rechazar altos el fuego, mientras tortura a secuestrados israelíes en sus túneles y usa a los civiles como carne de cañón.
Las acciones de Hamás desde el inicio de la guerra, el 7 de octubre de 2023, no dejan dudas: el bienestar de los gazatíes está subordinado a dos objetivos: perpetuar su poder y dañar a Israel. Hamás busca deliberadamente el sufrimiento de los civiles para ganar simpatía internacional y aumentar la presión sobre Israel.
La ONU debe dejar de actuar como facilitador de Hamás. La explotación de la ayuda no es solo un problema de Israel ni de Gaza: es una mancha moral para las Naciones Unidas y una acusación condenatoria de sus políticas fallidas.
El autor es jefe de misión adjunto de la embajada de Israel en Panamá.
