La reactivación de las exportaciones de cacao desde Bocas del Toro, tras casi dos meses de bloqueos, no solo es una buena noticia económica: es también una lección de resiliencia. En una provincia históricamente asociada al monocultivo bananero y más recientemente al turismo, el cacao demuestra que hay espacio —y necesidad— de diversificar la producción agropecuaria.
Más del 95% del cacao nacional proviene de Bocas y casi todo se exporta a Europa, donde es apreciado por su calidad. Aun así, este rubro sigue siendo invisibilizado frente a otros sectores más tradicionales. El Estado tiene una oportunidad clara: apoyar con infraestructura, asistencia técnica y acceso a mercados. No se trata de paternalismo, sino de crear condiciones para crecer.
El alza del precio del grano puede atraer nuevas generaciones al campo y abrir oportunidades en turismo rural y gastronómico. Visitar fincas, conocer procesos y degustar chocolate de origen puede ser tan atractivo como nuestras playas. Iniciativas como Cocabo y Ficcap prueban que Panamá tiene potencial. Falta voluntad para que florezca.
