¿A qué le temen quienes proponen recortar el derecho a la libre postulación? ¿Les inquieta que más ciudadanos decidan competir por un escaño sin pedir permiso a un partido? ¿O temen que la Asamblea empiece a reflejar, con mayor fidelidad, la voluntad de los electores y no solo la de las cúpulas?
Estas preguntas no surgirían si no existiera un intento claro de volver a encerrar la participación política dentro de los muros partidistas. Sin embargo, conviene recordar que la libre postulación no nació como un desafío a los partidos, sino como una corrección necesaria a un sistema que hasta 2004 permitía solo candidaturas partidistas, aunque la Constitución afirmara que el poder emanaba del pueblo.
La reforma que abrió la puerta a los candidatos independientes no debilitó la democracia: la hizo más coherente. Reconoció que la representación política no debe depender exclusivamente de quienes administran los aparatos partidarios, sino también de quienes quieren servir sin someterse a ellos.
La Carta Democrática Interamericana es clara: más participación significa más democracia. Y ninguna democracia debería temerle a eso.