Hoy conmemoramos la fundación de la primera ciudad de Panamá en 1519, declarada en 2003 como Patrimonio Mundial por la Unesco. Este año, la celebración adquiere un valor especial: es la primera después de que la Unesco incluyera nuevamente a Panamá en su lista de patrimonio, un reconocimiento que nos recuerda que preservar no es un acto aislado, sino un compromiso constante.
Panamá la Vieja no es solo un conjunto de ruinas; es testimonio de nuestra historia colonial, de rutas comerciales que unieron océanos y culturas, y del espíritu de resiliencia que nos ha acompañado por siglos. Su conservación exige más que discursos: requiere planificación, recursos y educación ciudadana para que las futuras generaciones comprendan su valor.
La institucionalidad de un país también se mide en cómo protege su memoria. La verdadera celebración implica una autocrítica de nuestras autoridades respecto de las condiciones de la Ciudad de Panamá, del bienestar de sus habitantes y, en especial, de las acciones necesarias para garantizar que sea una casa de paz, progreso y cultura.
