Mientras el país concentra su atención en la crisis de Bocas del Toro —donde la paralización de la actividad bananera ha dejado a miles sin empleo y ha golpeado el comercio y el turismo—, otra realidad igual de alarmante se extiende por todo el país: el desempleo estructural y la creciente informalidad.
Panamá tiene hoy más de 400 mil trabajadores sin contrato formal. En provincias como Colón, Darién o Veraguas, jóvenes sin oportunidades repiten una historia que se agrava cada cinco años. La Cámara de Comercio advierte que crear empleo se ha vuelto casi imposible ante las barreras regulatorias y la descoordinación institucional. Mientras tanto, agrupaciones de trabajadores, como los afectados por el cierre de Cobre Panamá, claman por ser escuchados en decisiones que definen su futuro.
La lección de Bocas es clara: cuando el empleo formal desaparece, no hay tejido social que aguante. Es momento de que el país diseñe una estrategia nacional para el trabajo, sin clientelismos, sin exclusiones y con visión de largo plazo.
