La democracia no es solo una forma de gobierno, sino un pacto de convivencia. Cada cinco años, la ciudadanía panameña elige libremente a sus gobernantes, con reglas claras y bajo instituciones que, con sus defectos, han sido legitimadas en las urnas. Cualquier intento por desconocer esos resultados, insinuar vacíos de poder o promover figuras paralelas a los órganos constituidos debe ser rechazado con firmeza.
Las crisis sociales o económicas no justifican los atajos. Menos aún cuando esos atajos socavan el Estado de derecho y alimentan narrativas populistas o desestabilizadoras. Las ideas pueden y deben discutirse. Pero los cambios deben hacerse por la vía institucional, no por imposiciones o presiones disfrazadas de causas nobles.
Panamá necesita madurez política. Defender la democracia implica aceptar sus tiempos, fortalecer sus mecanismos y rechazar con claridad toda propuesta que intente suplantarla, por más bienintencionada —o descabellada— que parezca.