En la oscuridad de la noche, en medio de dos feriados, la alcaldesa de Arraiján ordenó la demolición del monumento chino en el mirador del Puente de las Américas, sin debates públicos ni explicaciones claras. El puente, construido entre 1958 y 1962 por Estados Unidos, es símbolo de conexión nacional, y el mirador inaugurado en 2007 evocaba 150 años de historia y aportes de la comunidad china a Panamá.
El presidente de la República calificó la demolición como “imperdonable” y anunció la reconstrucción del monumento en el mismo sitio, una decisión que corrige parcialmente el daño causado, pero que no borra la forma en que se actuó ni la necesidad de esclarecer responsabilidades.
El episodio deja un mal sabor institucional, agravado por mensajes oficiales iniciales que hablaban de buscar otro lugar para honrar esa memoria, sin claridad sobre el valor simbólico del sitio original. Esa ambigüedad resultó especialmente delicada en un contexto de tensiones geopolíticas y narrativas externas que buscan instrumentalizar los símbolos culturales vinculados a China y al Canal.
Reconstruir es necesario, pero no suficiente. La memoria histórica, el respeto cultural y la rendición de cuentas no pueden gestionarse de noche ni desde la improvisación.
