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Independiente, republicana y soberana

Independiente, republicana y soberana
Banderas de Panamá ondean en varios puntos de la capital. LP/Elysée Fernández

El Istmo de Panamá surge separatista hace 122 años, para muchos como un fracaso de Colombia y un asalto de los Estados Unidos. Como un negocio, “una venta del Istmo hecha por la élite política criolla”, señalaron los colombianos en su momento, entre próceres separatistas y generales colombianos rendidos a las ambiciones norteamericanas y a las propias, siempre logradas a punta de un big steak. Más que nostalgia, rabia. Más que precisión, implosión.

Colombia estuvo y sigue dolida. Panamá también. Una de las caricaturas que más reflejó el menosprecio por la “independencia de Panamá”, la publicaba Mefistófeles, el semanario colombiano de crítica social de la época, en la figura de un negro, obligado a estar “en cuatro” en el suelo, por la bota vaquera opresora del imperialismo yanki encima de donde termina su espalda, opresor que lleva sus armas de conquista, una enorme bolsa a cuestas con “40 millones” de dólares, y en las manos, una cañonera en la izquierda y un puñal a la nuca del pueblo, en la derecha. El negro forzado a doblegarse indignamente representaba al general Esteban Huertas.

Esteban Huertas, nos recuerda Celestino Andrés Araúz, “nació en Úmbita, departamento de Boyacá, en 1876 y falleció en Panamá en 1945. A finales de 1902 fue nombrado comandante del batallón Colombia de guarnición en Panamá. El 3 de noviembre, Huertas cumplió un papel destacado al tomar prisioneros a los generales Juan B. Tovar y Ramón Amaya, que vinieron de Colombia a sustituirlo en el mando, lo cual, sin duda, fue la acción decisiva para el triunfo del movimiento separatista”.

No son pocos quienes olvidan “las siete experiencias políticas de 1821, 1830-31, 1840-41, 1855, 1860-61, 1885-86 y 1903”, que nos recuerda Armando Martínez Garnica sobre la “biografía de la nación panameña” y su tradición autonómica. La desmemoria o el desconocimiento reducen la separación de Panamá de Colombia a una relación comercial deshonrosa, como no pocas. Desde la invitación del Libertador Simón Bolívar, con el nacimiento de “la nueva entidad histórica republicana, organizada bajo el nombre de Colombia”, y “el poder del general José de Fábrega”, el 10 de noviembre de 1821, en cabildo de la ciudad de Los Santos, se firma la independencia de España “bajo el auspicio y garantía de Colombia”. El 28 de noviembre, con el liderazgo del coronel José de Fábrega, Panamá firma el acta de su independencia del Gobierno español y acepta la invitación de Colombia a unirse a ella. Desde entonces, la marcha de ocho décadas hacia la autonomía y su existencia independiente no se detiene, hasta cuando el 3 de noviembre de 1903 Panamá alcanza el republicanismo y la independencia ansiadas.

Me obligo a citar a Martínez Garnica una vez más: “Fueron las visiones, decisiones, actos y sacrificios de los istmeños que se destacaron en cada uno de esos acontecimientos las que construyeron el ente histórico que hoy llamamos República de Panamá…”. “Es responsabilidad de unos istmeños eminentes, de sus esfuerzos de ocho décadas, la existencia independiente de su república y de su proceso de construcción de una nación independiente. Atribuirla a la estupidez o a la ambición de los dirigentes de otras naciones, o a la suerte de algún aventurero francés, es ignorar que la posibilidad de existencia independiente de la República de Panamá estuvo a la vista de los istmeños desde que cesó en su territorio la función del Estado indiano. Si los conductores del Estado colombiano no supieron extinguir definitivamente esa posibilidad, haciendo triunfar para siempre la opción de la integración de los istmeños a la nación colombiana, esa es su responsabilidad”.

Y, como también nos lo recuerda el historiador santandereano Martínez Garnica, Ramón Maximiliano Valdés fue enfático en 1903 al señalar que el acontecimiento del 3 de noviembre fue “el desenlace lógico de una situación ya impostergable, la solución de un problema gravísimo e inquietante, la manifestación sincera, firme e irrevocable de la voluntad de un pueblo”.

Hoy, quizás más que nunca antes, nuestra vida republicana, nuestra soberanía y nuestra independencia se ven amenazadas por la corrupción imperante en la sociedad política y en la sociedad civil nacionales, así como por los apetitos expansionistas, irreverentes e insaciables de una administración extranjera que hace enemigos de sus amigos y amigos de sus enemigos. Digo como el poeta: “Habrá palabras nuevas para la nueva historia, y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde”.

El autor es médico.


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