Si Dante Alighieri hubiese nacido en Panamá y no en Florencia, su Divina Comedia tendría menos túnicas y más guayaberas sudadas; menos latín y más “¿qué sopa, man?”. Aquí, el infierno no está bajo tierra, sino en un tranque eterno en Vía España, en la fila de la Caja de Seguro Social o en un despacho donde un sello que “tiene que venir mañana” decide tu destino.
El infierno panameño
El primer círculo es la burocracia: almas que se pudren esperando un papel que nunca llega. El segundo círculo lo habitan quienes no votan y luego se quejan en redes sociales. Más abajo están los políticos y empresarios con bolsillos llenos y ética vacía, que reparten culpas como caramelos. Los ríos de fuego fueron sustituidos por ríos de papeles arrugados y promesas rotas.
El purgatorio de los soñadores
El purgatorio panameño no es una montaña sagrada, sino un ascensor dañado que sube lentamente en edificios estatales. Allí luchan los profesores, héroes anónimos que intentan formar mentes críticas con tizas rotas y ventiladores que hacen más ruido que viento. Sin embargo, el sistema educativo parece diseñado para que la crítica nunca florezca: repele la innovación y premia la obediencia. Aun así, los docentes empujan a los estudiantes hacia el pensamiento libre, escalón por escalón, con más fe que resultados inmediatos.
El paraíso de la dignidad
El paraíso panameño no tiene querubines, sino comparsas de tamborito, polleras flotando y diablos sucios bailando sin cadenas. Se brinda con cerveza fría y no con vino celestial. Aquí entran quienes compartieron lo poco que tenían, defendieron la tierra sin pedir nada a cambio y nunca vendieron su dignidad. Es un paraíso humilde, real y alegre, donde la risa es resistencia y la memoria histórica es el pasaporte de entrada.
Reflexión final: la mordida del lector
Nuestra Divina Comedia panameña es una tragicomedia nacional: infierno de políticos y tranques, purgatorio de profesores persistentes y soñadores, paraíso de dignidad y cultura. No es divina, pero sí profundamente satírica: un espejo que nos obliga a reírnos de nuestra realidad sin olvidar que la conciencia y la memoria son las verdaderas llaves para cambiarla.
Y aquí viene la mordida final: mientras algunos siguen jugando a los ángeles y demonios con discursos vacíos, otros estamos condenados a la comedia más cruel: ver cómo el país se quema, se purga y a veces se salva… mientras la mayoría aplaude desde el balcón de la indiferencia. La Divina Comedia panameña no es un cuento; es un espejo, y quien no se mira siempre terminará repitiendo los mismos círculos del infierno.
El autor es profesora de filosofía.


