Un influencer, o influenciador, es alguien que tiene credibilidad sobre un tema o industria concreta. Su presencia en línea y su influencia en redes sociales pueden convertirlo en prescriptor potencial de una marca, idea o tema, captando la atención de personas (seguidores) que reciben sus mensajes o comentarios, moldeando así sus opiniones, preferencias y comportamientos.
En esta era digital, cualquier persona que posea un teléfono de última generación, acceso a redes sociales y cierta cantidad de seguidores puede autoerigirse en influenciador, hablando como “experto” en temas que van desde mecánica y belleza hasta salud. Sin embargo, dentro de esta proliferación viral, una gran mayoría carece de conocimientos, títulos o experiencia en las áreas sobre las que opinan o promueven productos e ideas. Este escenario genera riesgos serios para la sociedad, la credibilidad de las comunidades digitales y, en algunos casos, la seguridad de las personas.
Cuando influencers sin formación especializada abordan temas complejos y delicados que requieren conocimiento, preparación y experiencia, terminan transmitiendo información inexacta o superficial, llevando a sus seguidores a tomar decisiones perjudiciales para su bienestar. Por ejemplo, supuestos “expertos” en mecánica, sin titulación alguna, aconsejan cómo inspeccionar o realizar servicios en vehículos, ocasionando daños en lugar de soluciones.
Otro problema importante es la pérdida de confianza en las figuras públicas digitales. La percepción de que algunos influencers solo buscan ampliar su número de seguidores o vender productos sin tener competencia profesional o experiencia legítima genera escepticismo y desdén hacia todo el sector. Este fenómeno envía un mensaje peligroso: que la apariencia, el carisma o la popularidad valen más que la honestidad y la competencia, fomentando una cultura superficial en la que importa más la viralidad que la veracidad.
Además, la falta de conocimientos adecuados por parte de estos influencers puede promover tendencias peligrosas. Desde dietas extremas hasta modos de vida controvertidos, el impacto de sus recomendaciones puede desencadenar problemas de salud física y mental, además de normalizar comportamientos dañinos.
Por otro lado, la ausencia de responsabilidad profesional también se traduce en publicidad engañosa y en la promoción de productos o servicios sin la debida autorización o conocimiento sobre sus riesgos. La tendencia a convertir los reviews y las recomendaciones en un negocio en sí mismo, sin criterios éticos, puede ocasionar graves daños a la integridad de las personas y de sus bienes, al seguir o aplicar consejos impropios e infundados de estos supuestos expertos.
Con frecuencia, se contratan influencers sin verificar su verdadera competencia, confiando únicamente en métricas de popularidad y alcance. Esto puede dañar la reputación de las marcas, sobre todo si las recomendaciones resultan irresponsables o incorrectas.
La solución a este problema requiere una mayor regulación y un ejercicio ético por parte de los influencers, exigiéndoles responsabilidad civil y penal ante cualquier daño o perjuicio derivado de sus consejos o recomendaciones, cuando no sean profesionales o expertos en un tema; o bien cuando sus aseveraciones tengan ribetes injuriosos contra una persona, marca o producto.
Por su parte, los seguidores deben aprender a discernir entre figuras que realmente aportan valor y aquellas que solo buscan aprovecharse de su popularidad. Un buen punto de partida es exigir a los influencers certificaciones técnicas que los acrediten para hablar sobre temas especializados.
El autor es abogado.

