No es infrecuente que los enfermos esperen del médico que se les atienda cuando lo necesitan. Es lógico, incluso tiene sentido. También es nada infrecuente la expresión “para eso estudió Medicina”, con lo que se nos recuerda, de forma un tanto agresiva o invasiva, que debemos responder a la consulta del enfermo, no importa el lugar, la hora o el tipo de consulta.
Esto ha cambiado. El Juramento Hipocrático no es de estas generaciones. El profesionalismo médico considera hoy día diversas situaciones por las cuales el médico no falta al servicio ni al compromiso con el paciente en el ejercicio de su práctica, pero tiene espacios, como otras personas y familias, para el descanso, para compartir con los hijos y con los amigos, para dedicar algún tiempo a su pasatiempo, a la lectura o a escribir, incluso para viajar. Esos espacios no tienen por qué estar vedados a unos ciudadanos, excepto si son condenados por delitos. Y, ni siquiera así, por aquí y por allá los vemos andar libremente mientras las condenas las cargan otros.
Sin embargo, hay un compromiso sagrado. No es con la profesión, no es con la Medicina, no es con el estudio. El compromiso es con el servicio al paciente.
La discordia con la propuesta de que algunos centros o puestos de salud amplíen sus horarios de trabajo quizás no haya sido bien explicada, quizás traiga consigo un sesgo político conocido y temido, quizás sea algo no bien discutido. Nada de eso conocemos, porque nada se ha detallado: cómo se va a hacer, en qué regiones sanitarias se haría, qué personal lo honrará, con qué recursos humanos y económicos se cuenta. Ese itinerario lo debe la autoridad sanitaria, el sistema de salud, el rector de ella.
A veces ha sonado como que el personal sanitario reconoce que la enfermedad, la urgencia y la muerte tienen horario. Otras veces resuena como que la población considera al personal sanitario de otro planeta, cuyos miembros están hechos de órganos y células diferentes a los suyos, como si el ciclo circadiano no existiera para nosotros. Y peor, como si las neuronas se nutrieran de buenas intenciones.
En estos días leía que, si usted quiere tener buena atención médica en el sector público de la salud, enférmese durante los primeros dos o tres meses cuando entra en vigencia el presupuesto, cuando llegó el dinero y no se lo han despilfarrado, los unos y los otros. Durante los años de entrenamiento solíamos decir, y se continúa diciendo, que los resultados para tratar la enfermedad son inferiores cuando comienza el año lectivo para iniciar internados, residencias y mudanzas de profesores. Todos son nuevos. Entonces hay más complicaciones y mayor mortalidad. Estas aristas estadísticas tienen su sal y su pimienta.
Lo cierto es que los pacientes no tienen un reloj para sentirse mal, pero se sentirán peor si el sistema tiene un reloj para atenderlos. Lo cierto es que los médicos y las enfermeras tienen que descansar; de otra manera, los servicios prestados serán peores que aquellos sin dineros. Lo cierto es que sobra personal entrenado que puede trabajar cuatro y seis horas, cinco días a la semana, como lo haría un ser humano en un bufete de abogados (no todos, naturalmente), o en una tienda de víveres (tampoco todos), o en un salón de belleza sin escondites. Solo se requiere redistribución y contabilidad.
Si no se distribuyen científicamente los sitios de atención, el personal de servicio y los dineros para ello, el paciente sufre, se enferma y se muere en pasillos, sobre sillas hacinadas, en camillas antihigiénicas, en pasillos llenos de basuras y olores a cloroformo, y en estructuras vetustas hartas de personal de salud cansado y cabreado. Y no descalifico el resultado anímico en la familia del enfermo.
Estoy seguro de que hay centros o puestos de salud para urgencias y consultas médicas, en lugares propiamente identificados, para servir 24 horas al día, 18 horas al día, 12 horas al día, 8 horas al día y hasta 4-6 horas al día. Que, además, hay personal preparado para cumplir ese propósito con números lógicos, horas humanas y recursos que no se fugan para salarios de gente sentada en un recinto oval, a oír vulgaridades cuando se debe legislar, por ejemplo, o recursos que se desvanecen en los cálculos desesperados por el enriquecimiento ilícito de otros miembros de una administración de salud o de gobierno, que se rota cada cinco años para lograrlo.
Tenemos todos el derecho a recibir información con precisión y certeza, sin engaños y sin conspirar.
El autor es médico.

