El epíteto “piedrero” surge para referirse a aquellas personas que consumen la conocida droga “piedra” o crack, la cual se fabrica con cocaína y otras sustancias muy tóxicas para la salud, así como altamente adictivas. Poco a poco, este número de personas ha ido en aumento en diversos puntos de la ciudad de Panamá, ocupando como viviendas los callejones, aceras, edificios abandonados y bajo los puentes elevados. Estas personas se han convertido en un grave problema social, ya que para satisfacer sus necesidades adictivas, roban lo que pueden desde los asientos de las paradas de buses y tapas de alcantarillas, incluso materiales de construcción en proyectos de vivienda.
Hoy día se llama piedrero a todo el que rebusca en la basura o pide dinero en la calle y son tratados muchas veces como subhumanos, olvidando que muchos de ellos son padres, madres, hijos y profesionales. La indolencia de los últimos gobiernos ante este problema ha hecho que la situación no solo vaya en aumento sino que tome la forma de una epidemia social, como ha ocurrido en otros países.
Cada vez que en el país se celebraba un evento de categoría internacional, las alcaldías “recogían” a todos los indigentes de la ciudad y los transportaban a las afueras, como si fueran desechos humanos. Era mejor dar la imagen de una ciudad “limpia” que permitir que los invitados se enteraran de que en la ciudad de grandes edificios inteligentes existía este problema social.
Hace poco escuché el testimonio de una mujer que estuvo en situación de calle y fue narcodependiente, hablar por televisión y exponer datos que son sumamente preocupantes. La señora señaló que el consumo de drogas empieza a edades tempranas y va escalando desde el uso de cigarrillos o alcohol hasta llegar a las sustancias psicotrópicas. También mencionó que muchas familias en conjunto son dependientes de las drogas y, por ende, se crea un círculo vicioso que toca a los menores de edad.
De más está decir que las comunidades de personas que pernoctan en la calle están cerca de los lugares donde se realiza el microtráfico de drogas. Solo cruzan la calle y compran, como si fuera una golosina, la conocida piedra. Es más, preparan la droga y la consumen a la vista de todos, sin importarles ni siquiera que pase la ronda policial, quienes ya se “acostumbraron” a verlos y no los pueden llevar porque no hay espacios donde tenerlos.
Muchas organizaciones no gubernamentales que se dedicaban a brindar su apoyo para combatir este problema vieron suspendidos los fondos que les daba el gobierno pasado, ya que estaban más enfocados en hacer “negociados” y en los “auxilios económicos” que en brindar un respaldo para resolver este problema.
Las calles de la ciudad también están llenas de orates que atacan a los transeúntes y tal pareciera que aquí no existiera un hospital psiquiátrico para atenderlos. Pero también están las personas que no cuentan con familia y, dada su avanzada edad, no les queda de otra que dormir en los parques porque ni siquiera cuentan con los medios para pagar una noche en una pensión. Esto es verdaderamente triste en un país donde se ha derrochado tanto dinero en salarios injustificados y decenas de llamadas “botellas”.
De forma reciente, el problema de los habitantes de la calle ha estado en el foco de los medios de comunicación y del reciente alcalde de la comuna capitalina. Se realizó un operativo de limpieza donde se les brindó comida y hospedaje en una casa hogar en las afueras de la ciudad. Sin embargo, a mi juicio, este problema no debe enfrentarse como si se tratara de “un acto de buena fe” y convertirse en un show mediático. Tiene que ser visto como un problema social y abordado por todas las instituciones pertinentes, además de ser tratado con sentido de humanidad y no con la politiquería de siempre.
De otra manera, este problema siempre será parte de la ciudad ya que no contamos con la paciencia, la empatía y las respuestas correctas.
El autor es sociólogo y docente
