La ética no es una varita mágica que resuelva los principales problemas del mundo. Tampoco es garantía de que estudiar o aprender ética te convierta en mejor persona o profesional. Aun así, considero la ética una cuestión fundamental para la vida. Como ya lo decía Aristóteles, la ética es la búsqueda de la felicidad. Sin embargo, no basta con quedarnos en ese nivel de reflexión, incluso introspectivo. Es necesario, en nuestro país, dar un paso importante desde el punto de vista práctico: institucionalizar la ética. Esto implica una ley y su debida reglamentación.
La ética no es un saber auxiliar para maquillar la mala gestión pública, ni un manual de buenos hábitos para la vida cotidiana.
Existe un Código Uniforme de Ética de los Servidores Públicos, establecido mediante Decreto Ejecutivo N.° 246 del 15 de diciembre de 2004, el cual, sinceramente, parece estar de adorno o solo aplicarse a conveniencia en casos públicos y notorios. Por ejemplo: conflictos de interés (art. 39) o nepotismo (art. 41), donde, al final, no pasa nada. Por eso se hace necesario institucionalizar la ética, como decimos en el argot popular, para tener reglas del juego claras.
Hay avances importantes, como la constitución de los comités de bioética para las investigaciones. Sin embargo, en muchas ocasiones estos carecen de la fundamentación filosófica propia de la ética y de la bioética, respectivamente. También se han instaurado programas, departamentos y comisiones de ética en instituciones públicas y fundaciones, quizá bien intencionadas, pero con la misma carencia señalada anteriormente. Las reglas claras del juego también deberían aplicarse a la educación. En ese ámbito, tampoco está del todo claro quién dicta un curso de ética, y todavía se confunde con moral o religión.
Se trata de construir un ecosistema de integridad robusto y funcional, que aborde estos temas —y, por supuesto, muchos otros que quedan en el tintero—, con el objetivo de llamar la atención sobre la necesidad de institucionalizar la ética. Esta debe dejar de ser un adorno retórico para convertirse en pilar fundamental de la acción pública y privada.
En definitiva, institucionalizar la ética implica varias capas, como apenas hemos esbozado aquí. Será una tarea ardua, pero necesaria para construir un país con mayor bienestar. Como diría Nietzsche: “El mejor pastor será siempre aquel que lleve sus ovejas al prado más verde”.
El autor es doctor en filosofía.

