De pronto, la inteligencia artificial está en todas partes. Proliferan los cursos, las certificaciones exprés y los autoproclamados expertos que, hasta hace poco, vendían fórmulas mágicas para dominar Excel y hoy prometen enseñarte a “dominar el futuro” a través del prompt engineering, como si llevaran años entrenando modelos en un laboratorio secreto. No se trata de culpar a nadie: la IA está de moda, es fascinante y representa un cambio tecnológico de proporciones mayúsculas. Pero conviene hacer una pausa y observar el fenómeno con una dosis de escepticismo y pensamiento crítico.
No es la primera vez que enfrentamos una revolución tecnológica. Sucedió con el nacimiento de internet, con la masificación de los smartphones, con la nube, con el big data. Cada una de esas olas llegó acompañada por su oleada de gurús, tutoriales exprés y promesas de transformación total. Sin embargo, lo que distingue a la inteligencia artificial generativa es su velocidad, su capacidad de difusión y el impacto transversal que tiene en industrias, profesiones y culturas. Se trata de una tecnología que reconfigura no solo cómo trabajamos, sino también cómo pensamos, cómo tomamos decisiones y cómo nos relacionamos con la información. Y, como toda transformación profunda, requiere algo más que entusiasmo superficial.
Aquí es donde aparece una distinción crucial. Una cosa es aprender a usar la inteligencia artificial; otra muy distinta es entenderla. Lo primero convierte a las personas en usuarias: escriben comandos, generan textos, imágenes o resúmenes y se sienten en sintonía con el futuro. Lo segundo exige ir más allá: comprender cómo funcionan los modelos, de dónde provienen los datos que los alimentan, cómo se manifiestan los sesgos y qué implicaciones éticas están en juego. Solo en ese segundo nivel es posible desarrollar pensamiento crítico, innovar y anticiparse.
La mayoría se queda en la superficie, y no es casualidad. Vivimos en una cultura de consumo rápido, donde lo importante es parecer actualizado más que estarlo de verdad. Pero si nos limitamos a usar lo que otros crearon, siempre iremos un paso atrás. En cambio, quienes se esfuerzan por entender lo que hay detrás pueden aportar valor, cuestionar, construir soluciones propias y liderar con criterio. Y ahí está la diferencia que marcará el futuro profesional de muchas personas y organizaciones.
Por eso es vital aprender con juicio. No todo curso vale la pena ni toda certificación garantiza conocimiento real. También es importante pensar como creador: preguntarse cómo puede la IA mejorar procesos, resolver problemas específicos o dar origen a algo nuevo. Y, sobre todo, no dejar de hacer preguntas incómodas: ¿para qué se está usando esta herramienta?, ¿con qué datos fue entrenada?, ¿a quién beneficia o perjudica?, ¿qué consecuencias tiene su uso en contextos sociales concretos? No todo lo que brilla es inteligencia, y mucho menos artificial.
La inteligencia artificial no es magia, pero sí es poderosa. Como toda herramienta de gran impacto, puede ser usada para construir o para deslumbrar, para empoderar o para manipular. La tecnología no elige por sí sola: somos nosotros quienes decidimos cómo, para qué y con qué profundidad la incorporamos a nuestras vidas. La diferencia no está en el acceso, sino en la comprensión. Y en esa diferencia se juega, cada vez con más claridad, el lugar que cada uno ocupará en este nuevo escenario.
¿Serás usuario o creador? El que entiende… entiende.
El autor es máster en administración industrial y está certificado en IA generativa.
