Maribel Gordón no es una candidata independiente. Ella representa a un partido político, el FAD, que en las últimas dos elecciones ha participado con dos candidatos, a saber, Genaro Lopez y Saul Méndez. En ambas ocasiones, la profesora Gordón fue compañera de fórmula como vicepresidente, desapareciendo el FAD las dos veces como partido político constituido, por las limitadas cantidades de votos obtenidas para sobrevivir. Esta vez, por consiguiente, no tuvieron la voluntad, la motivación, la disposición, el tiempo o la intención para refundarlo.
Tampoco creo que la obtención elevada de firmas de Gordón debe considerarse un factor sorpresa. Ella cuenta con el enorme poder organizado de los sindicatos. Tienen recursos, dinero y, sobre todo, los contactos internacionales para empujar su candidatura por la vía de libre postulación. Su mensaje filosófico e ideológico es firme y claro, representando a la izquierda extrema, misma que defiende a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Se utiliza el mecanismo de la libre postulación para implementar en su momento, desde que lleguen a gobierno, una teoría ideológica que, en la práctica, ha sido un total fracaso político, social y económico.
El movimiento independiente en Panama implica de alguna manera un alejamiento de los grupos que, en los últimos 30 años, han promovido la degradación política, social y económica de la cosa pública y en perjuicio de la institucionalidad democrática. Personas de centro principalmente, cuyo criterio ajeno a cualquier extremo ideológico pretende romper la cadena de poder que ha debilitado a la figura del partido político frente a la partidocracia. Aplaudo, por supuesto, el mensaje didáctico y el ejercicio académico que transmiten Gordón y su compañero de fórmula Richard Morales, porque lo hacen con respeto e inteligencia, aunque no lo comparta. Pero sus criterios están inclinados hacia un encargo filosófico comprometedor, que va más allá de la necesidad de buscar consensos para unir voluntades. Es simplemente aplicar encomiendas y peticiones que tienen una agenda muy definida, que no acepta divergencias de opiniones o argumentos. Y que, desde el movimiento de calles, sus grupos se caracterizan por el ataque verbal y personal contra quienes no comparten sus postulados ideológicos. En estos grupos, el criterio independiente queda sometido al autoritarismo marxista, hoy disfrazado de progresismo. Y de no estar de acuerdo, el Estado queda subyugado a la voluntad del poder absoluto. No lo digo por Gordón como persona, sino por la inclinación de su mensaje hacia los Estados fallidos. Y qué mejor ejemplo que el que estamos viviendo en estos momentos en las calles, con el poco o nulo respeto al derecho ajeno, de sus supuestos seguidores. Fortalecidos sus desmanes, además, por un gobierno falto de carácter, de firmeza y de autoridad. Un gobierno inútil y corrupto.
La nueva ola progresista, aprovechada por el desfasado comunismo, pretende imponer desde sus agentes infecciosos y mentirosos, una ideología que acabe con el mismo fundamento de la sociedad, que es la familia. Desde allí inicia todo, darles a los niños antes que desarrollen su integridad mental, la facultad de tomar decisiones irreversibles de las cuales terminan arrepintiéndose. Imponen sus propias actitudes e inclinaciones desde un comportamiento no necesariamente deseable a la vista, para que los demás los noten y aplaudan. Para mí es un movimiento político que, entre otros disfraces, adopta la ideología de género, donde la meta es distorsionar el ambiente, la cultura y la educación. Y a través de esa distorsión, se auto definen como héroes en la lucha por los derechos civiles, de lo que están muy lejos. No se trata de una lucha por derechos. Se trata de forzar al derecho regular inclinaciones y cambios de vida.
Una cosa es la igualdad ante la ley y otra muy distinta es la radicalización en el invento de cuánto género se les ocurre, a quienes pretenderán restregarle a la sociedad sus cambios de vida o sus actividades íntimas. Los derechos humanos se generan en torno a la protección de las libertades, con respecto a la propia condición humana o del ser humano como tal. Libertad de circulación, conciencia, reunión, creencias, justicia, como también el derecho a la vida, la presunción de inocencia, pensamiento, nacionalidad o seguridad, entre otros. Lo anterior no es igual que exigir, como un derecho humano universal, el ejercicio de gustos o inclinaciones en torno a intimidades. Desde el momento que acogemos el ejercicio ilimitado de placeres bajo el manto de los derechos humanos estamos imponiendo el gozo o el deleite sobre la necesidad de proteger los elementos relacionados con la misma condición humana, que deben tener como principal objetivo la vida y la libertad, no el placer ni el libertinaje.
El movimiento progresista, abrazado por la izquierda extrema, frente al fracaso en promulgar su ideología, ya sea por la fuerza o por medios democráticos, apuesta a la confusión en el recado para enfrentar entre sí a la raza humana, en temas como el feminismo, aborto, matrimonio igualitario, identidad de género, neoliberalismo y familia tradicional, entre otros, incluyendo el tema minero que hoy hace confrontar a la masa. Pero que quede claro: mi intención no es señalar al dúo Gordon/Morales como representantes de este movimiento, pero sus palabras, frases y respuestas llevan un mensaje inclinado al mismo, aunque reconozco su vocablo elevado, su argumento sereno y su debate de alzada. Ambos son panameños que, aunque no comparto el aviso, valoro la excelsa palabra que brota de sus notables intelectos, dignos de escuchar para debatir con altura. Hasta que sus seguidores, al terminar destruyendo desde la calle todo lo que encuentran a su paso, los hace enmarañar su verbo para alcanzar el voto inconsciente.
El autor es abogado
