La justicia social ha sido el mayor éxito para lograr la sumisión de los individuos ante el Estado. Bastó solamente una idea para crear en las mentes de las personas la necesidad permanente del Estado en sus vidas. Y es que sin el Estado y su devoción hacia el “pueblo” las personas vivirían en un estado de conmoción y penurias.
No hay mejor idea para enquistarse en el poder que crear una necesidad. Esa necesidad es la justicia social. Ha sido una semilla que logró crecer bien en las sociedades modernas, gracias a los Estados de Bienestar: esa idea del justiciero que busca eliminar las desigualdades por medio de la distribución de la riqueza, y dar a su “pueblo” salarios dignos, derechos infinitos. Solo ha servido para someter y esclavizar a los individuos de forma efectiva y sin darse cuenta.
La justicia social ni es justa, ni es social, y es que no puede haber justicia cuando se deforma el sentido de la ley para ser usada coactivamente para obligar a unos y premiar a otros. No hay nada más desigual que usar la coacción institucional para llevar a cabo buenas intenciones, pero que sin el monopolio de la fuerza y la violencia no pudiesen ser aplicadas.
Por ello, la justicia social no solo destruye las relaciones sociales de intercambio y cooperación al querer imponer formas de pensar y actuar, que destruyen las instituciones sociales creadas por medio del orden espontáneo a través de años de evolución que solemos llamar costumbres o cultura. Si no que, además, al torcer las leyes, destruyen los buenos principios, esos basados en principios éticos y morales de cómo debe funcionar y desenvolverse una sociedad.
Por último, donde más se ha enfrascado la justicia social y donde mayores seguidores ha logrado encontrar, es dentro de la economía, en especial la economía de libre mercado. Y es que ciertamente es complicado lograr comprender algo tan complejo como es la economía, las relaciones sociales basadas en el intercambio y la búsqueda de las satisfacciones. Por eso, dentro de la economía no hay ganadores y perdedores, porque, de otra forma, nadie estaría dispuesto a intercambiar. Pero tampoco existe lo “justo”, ya que es el mercado (compradores y vendedores) el que decide cada vez que compra o intercambia, quién es el mejor y cuánto debe tener cada uno.
La distribución de la riqueza solo se logra haciendo que todos participen dentro del proceso productivo y por ende la creación de riqueza, pero el ser humano es desigual, todos tienen habilidades y características únicas, lo que hará que basadas en ellas, cada uno tome decisiones que crea convenientes para sí mismo. En consecuencia, decir que todos deben ganar un salario justo no tiene sentido, dado que no hay quién defina lo que es justo. A menos que sea una minoría bajo el monopolio del poder, habrá millones de respuestas de que es justo.
En el mercado, las relaciones solo pueden darse bajo una relación de ganar – ganar, y a pensar que algunos las ven “injustas” la realidad es que fueron lo justo para cada una de las partes. El problema es cuando se busca forzar esas relaciones voluntarias medio de la intervención de un tercero.
Ese tercero llamado Estado, basado en la fatal arrogancia, como describió Friedrich Hayek, solo termina destruyendo el intercambio voluntario y el proceso productivo, dando como resultado una destrucción de la riqueza, desfavoreciendo a los que menos habilidades poseen.
Pero lo que sí crean es una necesidad de dependencia para vivir, bajo una realidad ficticia basada en el saqueo institucional. Que, a medida que se crea menos riqueza, la coacción y subordinación de la sociedad deberá ser mayor.
El autor es miembro de la Fundación Libertad.

