Yo no crecí entre libros. En mi casa no había ni siquiera enciclopedias, que eran el internet de antaño. Lo cual no significaba que la lectura estuviera ausente. Mi papá coleccionaba las revistas Escuela para todos, Selecciones, Mecánica Popular y recuerdo haber visto algunos ejemplares de la revista Vistazo, que yo leía con curiosidad.
Aprendí a leer en la escuela Victoria D’ Spinay, en La Chorrera. Por alguna razón adversa, no recuerdo la biblioteca escolar de aquella escuelita de mi infancia que, en el pasado, había sido una base militar. Luego, como un pokémon, evolucioné y me convertí en funcionario. Mi trabajo como promotor de lectura me llevó a visitar muchas comunidades y escuelas y, en 30 años, no recuerdo haber conocido una sola biblioteca escolar pública digna. Quizás exista, porque tampoco las he visitado todas.
Creo que uno de los recuerdos más nobles que puede conservar una persona de su infancia es haber estudiado en una escuela con biblioteca escolar. Desafortunadamente, hay quienes guardan malos recuerdos porque algunos maestros la usaban como lugar de castigo. Sin embargo, estimo que la mayoría de los adultos que leen este artículo conservan algún recuerdo positivo de su biblioteca escolar, si tuvieron la suerte de contar con una.
Un episodio triste de mi trabajo fue aquella ocasión en que una maestra me dijo: “Yo no envío a mis estudiantes a la biblioteca, porque para eso ya tenemos internet”. Sus palabras no fueron lo que me provocó terror, sino imaginar cuántas más como ella podían existir. Aun así, estoy convencido de que la mayoría de los docentes tienen una opinión favorable de la biblioteca escolar. Tal vez no se sirven de sus virtudes porque en su institución no existe un espacio que merezca ese nombre.
Hoy se habla mucho de la problemática de la educación, y me resulta preocupante cómo la biblioteca escolar queda excluida de esta discusión. Una breve mirada a sus atributos permite ver su importancia en el desarrollo integral de los estudiantes y cómo puede potenciar el estudio y la participación de los niños y jóvenes en la sociedad.
La biblioteca escolar es un centro de recursos pedagógicos para el aprendizaje, no un depósito de libros ni un salón de profesores, como ocurre hoy en muchos casos. La biblioteca escolar ideal es un espacio vivo, integrador y esencial en la formación ciudadana. Debe ser flexible, abierta y vinculada con la vida real de los estudiantes. Es una herramienta de alfabetización que posibilita el conocimiento autónomo y el desarrollo de habilidades esenciales para la vida.
La biblioteca escolar debería ser el pilar fundamental del proyecto educativo de cada centro. Pero, irónicamente, ha sido marginada por el mismo sistema que debería defenderla. Resulta sospechosa la manera sistemática en que se ha ido desvinculando del currículo y de la planeación didáctica. Es como si la pereza hubiera vencido al amor, la dedicación y el esfuerzo de organizar planes estratégicos con objetivos, actividades, responsables y recursos.
¿Qué nos ha pasado como sociedad? ¿Cuándo dejamos de mirar los libros como tesoros de sabiduría? ¿Por qué permitimos que el descuido y la indiferencia borraran de la historia del país el rol de las bibliotecas escolares? ¿En qué momento sustituimos el resplandor del libro por la luz seductora de los dispositivos electrónicos? ¿Será posible que esta crisis educativa se deba a que dimos la espalda a la memoria, al pensamiento y a la lucidez? ¿Habrá una luz de esperanza en esta neblina?
El desafío para mejorar la educación se esconde en una palabra: intención. La intención de tener visión, la intención de la voluntad política, la intención compartida, la planificación intencionada y la intención colaborativa de toda la comunidad educativa. En medio de esta tormenta, la biblioteca escolar debe dejar de ser un objeto marginal para convertirse en un verdadero epicentro de aprendizaje. Integrando la tecnología, pero con el libro como espada y escudo, debe ser un espacio de inclusión, innovación y apoyo curricular. Para lograrlo, se requerirá del compromiso colectivo y de una planificación sistemática.
La falta de políticas públicas de lectura, recursos, personal capacitado e integración real en los proyectos educativos institucionales, sumada a la ausencia de voluntad política y de imaginación, han impedido visibilizar y valorar el papel de la biblioteca escolar como espacio pedagógico esencial. Urge un cambio de paradigma: pasar de un enfoque de “depósito de libros” a uno pedagógico, participativo y comunitario.
Desde esta trinchera de la palabra hago un llamado a directivos, bibliotecarios, docentes, supervisores, coordinadores, consejos estudiantiles y padres de familia, con el objetivo de transformar la biblioteca escolar en un espacio dinámico, integrado y vital dentro de la comunidad educativa. Estoy convencido de que, si cada escuela edifica una biblioteca integrada a la planificación curricular, con el tiempo veremos los primeros resultados de un país renovado.
El autor es escritor.

