El pasado jueves, el presidente de la República nos hizo saber que le importan dos rábanos las necesidades de miles de pacientes y que sus faraónicas obras –la Villa Diplomática, por ejemplo– van porque nadie se lo va a impedir. “La voy a hacer”, aseguró.
Mulino, que fue a la conferencia de prensa con un brazo colgado en un cabestrillo –tras operarse el hombro en un hospital de Nueva York– dijo que la necesidad de dinero del hospital Oncológico no es más que “demagogia”, o sea, puro cuento. A su juicio, el Oncológico cuenta con suficientes recursos ahora que está ubicado en la Ciudad de la Salud. Entonces, de la misma manera, pienso que allí también pudo haberse hecho su cirugía. Pero ¿mezclarse con la gente que va allí? ¡No y mil veces no! Sería una grave falta al nuevo glamour de los Mulino.

¿Darle plata al Oncológico? ¡Pero es que hay cosas más importantes! “Esto no es una teletón”, subrayó Mulino. “Eso [remozar la Villa Diplomática] se va a hacer… Y lamento que la taquilla obnubile […] proponiendo locuras [como eso de darle dinero al Oncológico]”. Pero el obnubilado es él. El poder lo tiene tan ciego que es incapaz de ver las necesidades de la gente que lo convirtió en presidente.
Su ego está crecido y tan hinchado que ve bien gastarse esos $7 millones en la villa cuando los pacientes de la Caja de Seguro Social (CSS) y del Ministerio de Salud (Minsa) son tratados como indigentes porque mendigan atención médica, hospitalaria y farmacéutica. Mulino parece no haber leído el reciente informe que elaboró la Defensoría del Pueblo, tras una visita que hicieron sus funcionarios a centros hospitalarios de todo el país. Si lo hiciera, quizá entendería que su administración en materia de salud no solo es incompetente, es negligente. Yo mismo lo he visto, y seguramente él también, pues él prefiere un quirófano en Estados Unidos que uno en la Ciudad de la Salud o de cualquier otro hospital del Minsa o de la CSS.
Eso me lleva a lo de la taquilla. ¿Por qué el presidente de Estados Unidos se atiende en hospitales de su país? ¿O por qué lo hace el primer ministro del Reino Unido en sus propios hospitales o el de Francia o el de Dinamarca o el Suiza? La respuesta es obvia: confían en sus respectivos servicios médicos. ¿Por qué Mulino o Laurentino Cortizo se atienden en hospitales extranjeros? La respuesta es más obvia: porque evidentemente no confían ni en los médicos ni en los hospitales panameños. Entonces, ¿quién es el taquillero?
¿Con qué cara de piedra puede Mulino presentarse ante la nación para describirnos las bellezas de la Ciudad de la Salud cuando él mismo es incapaz de usarlas, a pesar de que su cirugía es cosa rutinaria en los hospitales locales? ¿Ignora que sus acciones revelan más que sus hipócritas palabras? Si nos va a describir el “delicioso” sabor del chayote, ¿por qué no lo prueba antes?
Y su dichosa Villa Diplomática no es más que un capricho, pero es la miel del poder. Y ellos –los Mulino– ya no son simplones panameños. Ahora son la primera familia, y no pueden permitirse un servicio médico de segunda. Eso es para los mortales, no para los nuevos Kennedy chiricanos.

