¿Hasta cuándo tendrán nuestras comunidades que vivir en eterna zozobra por los constantes cambios de zonificación y modificaciones a los planes de ordenamiento territorial? Cada administración parece empeñada en deshacer lo que hizo la anterior, ignorando que los barrios ya fueron planificados y que los habitantes requieren estabilidad y previsión. Barrios como Bella Vista, Obarrio, Marbella, El Cangrejo y Punta Paitilla son ejemplos claros de lo que ocurre cuando no se respeta la planificación urbana. Allí, el tráfico es caótico, los estacionamientos insuficientes, el suministro de agua falla, los ruidos nocturnos aumentan y los comercios indiscriminados deterioran la calidad de vida de los residentes.
El Plan de Acción “Panamá Metropolitana 2015 – Sostenible, Humana y Global” señala: “Se produce una densificación sin control, con proyectos desarrollados lote a lote y densidades desproporcionadas. En este proceso no se tiene en cuenta un mínimo de ancho de calle, separación entre edificaciones, la capacidad vial de la zona ni la disponibilidad de equipamientos y servicios para tal cantidad de nueva población, lo que genera una densificación de ciertas zonas hasta niveles intolerables”.
El Plan Metropolitano Panamá Pacífico y Atlántico recomienda no concentrar todo el desarrollo en la ciudad monocéntrica, sino promover un modelo multicéntrico con nódulos de crecimiento que desahoguen el centro urbano y mejoren la calidad de vida de los residentes. Sin embargo, lejos de aprender de los errores, las autoridades repiten decisiones que congestionan la ciudad y afectan a los barrios, como si los problemas actuales fueran irrelevantes. Ignorar estas lecciones evidencia ineptitud en la gestión urbana.
La idea de la llamada “ciudad de 15 minutos” resulta irrisoria. Es como si quisieran que vayamos diariamente a hacer las compras a la tiendita, como en tiempos pasados, caminando o en bicicleta. Pero la ciudad moderna necesita soluciones reales, adaptadas al contexto actual.
El Plan Distrital 2021 (PLOT) establece que los habitantes solicitan un crecimiento urbano ordenado y una intervención que garantice servicios adecuados, armonía de usos y actividades, conservación de recursos naturales y abundancia de equipamientos y espacios públicos. En particular, el inciso (iv) exige revisiones periódicas de ejecución y cumplimiento del plan.
Pero esto no sucede. Los residentes debemos subir y bajar escaleras para presentar denuncias sobre incumplimientos, la mayoría sin resultados positivos. Los planes no se modifican solo como formalidad: cada uno cuesta millones de dólares, pero los cambios responden a intereses ocultos que buscan beneficiar a unos pocos. Mientras tanto, barrios y ciudad sufren las consecuencias del desorden y la falta de visión de quienes deberían velar por todos.
Se persiste en densificar áreas originalmente de baja densidad. Se pretenden ensanchar aceras para aparentar preocupación por el peatón, cuando las edificaciones existentes lo impiden. Además, mediante pagos extraordinarios, se agregan pisos adicionales más allá de los límites legales, lo que abre la puerta a arreglos discrecionales. Esto contradice la armonía urbana y genera un desorden que afecta a toda la ciudad.
Cada administración pretende ser mejor que la anterior, aduciendo que “las ciudades cambian”, mientras deshace lo que ya se había planificado y modifica constantemente los planes. Mientras tanto, los barrios y sus habitantes sufren calles congestionadas, servicios insuficientes y pérdida de calidad de vida. La ciudad merece autoridades que respeten la planificación urbana, aseguren su cumplimiento y construyan un futuro ordenado y sostenible.
No se trata de ideas utópicas ni de aparentar eficiencia: se trata de garantizar barrios habitables, servicios adecuados y una ciudad que funcione para todos, no solo para quienes deciden sobre ella.
La autora es arquitecta.

