Amanecían por segundo día consecutivo en el sector de La Venta, y casi sin avanzar para el grupo que acompañaba al mariscal Antonio José de Sucre y Alcalá en su viaje de retorno de Bogotá a Quito.
La jornada del día anterior había sido intensa. Sorpresas y sobresaltos habían hecho del trayecto una pesadilla; eventos premonitorios se sumaban al ya peligroso camino.El mariscal recordó esa noche las palabras de la encargada de la fonda donde se habían detenido hacía unos días, donde le advertía sin miramientos “usted está vivo de milagro, todos saben que lo van a matar”. Sus enemigos eran muchos y poderosos.
Esa mañana del viernes 4 de junio de 1830, Sucre reunió al pequeño contingente que lo acompañaba, el diputado Andrés García Téllez, su asistente personal y criado llamado Francisco, el sargento Ignacio Colmenares, su asistente el sargento Lorenzo Caicedo, y dos arrieros encargados de las mulas de carga, le ordenó al grupo cargar las armas, mantenerse separados y estar alerta.A pocos kilómetros de allí, ya estaban apostados en un estrecho del camino El Cabuyal, el coronel Apolinar Morillo, los soldados Juan Cuzco, Andrés Rodríguez y Juan Gregorio Rodríguez, las armas habían sido entregadas por el coronel Juan Gregorio Sarria, el comandante Antonio Mariano Álvarez y Fidel Torres, y fueron guiados al sitio por el local José Erazo.
Camuflados con musgo, ansioso, Apolinar Morillo reviso por centésima vez su arma. Eran poco más de las 8:00 a.m., todo estaba a punto, el sonido de cascos que se acercaban puso en alerta a los verdugos. Una voz gritó... El general Sucre, desatando la balacera que puso fin a la vida del sucesor de Bolívar.
Las investigaciones y las conjeturas no se hicieron esperar. Los autores intelectuales y materiales comenzaron a ser señalados, José María Obando, Juan José Flores y José Hilario López Valdez. Además, salieron a la luz otros detalles que involucraban a grupos y facciones diversos, entre otros La Cosiata, y el Grupo Septembrista de Bogotá, ya responsables del atentado al Libertador del 25 de septiembre de 1828.
El presidente de la Gran Colombia, en ese momento Rafael Urdaneta, ordenó la investigación en contra de José María Obando y Juan José López, iniciativa que es interrumpida al año de iniciada al asumir el poder Obando, desapareciendo las pruebas y dejando el caso en suspenso momentáneo.
Pero la muerte del mariscal Sucre continuaba generando disparos. Doce años después, el 30 de noviembre de 1842, a las 4:00 p.m., fue fusilado en la Plaza Mayor de Bogotá el coronel Apolinar Morillo. Las consecuencias directas del atentado favorecieron en gran medida tanto a Obando, Flores y López Valdez, quienes ocuparon la presidencia de la Gran Colombia y de Ecuador, respectivamente.
Esa triste mañana en Berruecos, el destino derrumbo de su caballo hacia la muerte al mariscal Sucre, termino de dañar la endeble salud del Libertador Bolívar, acabó con el sueño bolivariano de una Gran Colombia, definió el momento político de Urdaneta y marcó para siempre a Berruecos como el sitio donde se perpetró uno de los más atroces crímenes que recordará la historia.
El autor es miembro de la junta directiva de la Sociedad Bolivariana de Panamá

