“El sentido de ser autosuficiente, de desempeñar un papel dentro de la familia, de poseer su propia propiedad, de pagar su camino, son todos parte del lastre espiritual que mantiene una ciudadanía responsable y proporciona la base sólida desde la cual la gente mira a su alrededor para ver qué más puede hacer por los demás y por sí misma“. Margaret Thatcher.
Hace unas semanas escuché el concepto de consolidación cultural en una conversación con algunos conocidos y, al pensar en los distintos sentidos que puede tener este término, me vino a la mente su posible uso como un proceso político e institucional capaz de articular las diferencias culturales y comunitarias para convertir los aspectos positivos de las diversas identidades panameñas en el núcleo de una cohesión social más saludable y beneficiosa para el progreso nacional.
En esa conversación surgieron temas como la imposición de una identidad cultural única y lo poco beneficioso que esto resulta para la estabilidad duradera de un país. Sin embargo, la consolidación cultural no se trata de eso. Por el contrario, puede ser la base para construir una ciudadanía más sólida, empática y, sobre todo, comprometida con un bienestar común real. No hay dudas de que Panamá es un país con raíces culturales diversas, un mar en el que desembocan los caudales de casi todos los continentes. Sin embargo, esa riqueza de expresiones humanas se vive más como una suma dispersa que como una identidad claramente integrada. El problema no está en la diversidad, sino en la ausencia de un proyecto político que organice esas diferencias como cimiento de una sociedad íntegra y responsable.
Los proyectos políticos a escala nacional son fundamentales para el desarrollo constante y la buena convivencia social. Cuando las políticas van en dirección contraria a la cohesión social, el desarrollo de un país se ve truncado por factores que van más allá de lo económico. La consolidación cultural, bien entendida, es una proyección colectiva no solo de las diferencias en las expresiones culturales, sino también de las aspiraciones comunes; ayuda a comprender mejor las luchas de cada sector social y permite a la gobernanza diseñar mejores mecanismos para resolver problemas. Esto no implica homogeneizar las identidades panameñas, sino construir un espacio nacional donde todas las voces tengan lugar mediante una comprensión más profunda del poder sociopolítico. De esa manera, también podríamos elegir mejor a quienes administren la cosa pública.
La consolidación cultural debe comenzar con políticas públicas y reformas educativas que fortalezcan las prácticas comunicativas y las narrativas sociales, tanto en la población como en el Estado. Siempre se nos ha dicho que Panamá es un crisol de razas, pero, aunque en términos étnicos el país es bastante heterogéneo, ello no garantiza una verdadera integridad social. Las consecuencias se reflejan en la política panameña, en los distintos estratos sociales y en todo el territorio nacional. Otra necesidad vinculada a la consolidación cultural como pilar de la integración nacional es invertir de manera sostenida en arte, literatura, memoria nacional y, sobre todo, en el archivo histórico del país.
Es lamentable que voces externas cuestionen cuánto conoce Panamá sobre su propia historia, pero resulta aún más preocupante el desconocimiento cultural entre los mismos panameños. Los festivales culturales son un motor importante para la economía y promueven el folclore autóctono; no obstante, fortalecer un verdadero sentido de pertenencia cultural sigue siendo una deuda creciente. La integración social no solo mejora la gobernanza, también puede ser determinante para la productividad y el desarrollo empresarial, al ayudar a resolver problemas sociales estructurales históricamente ignorados que agravan el desorden nacional.
Podemos pasar de ser un país de retazos a una nación con un futuro sólido y compartido. A medida que Panamá se transforme en un país socialmente más integrado, problemáticas como la contaminación urbana, la mala convivencia comunitaria y la cultura del “juega vivo” tenderán a disminuir. Esto ocurrirá, en primer lugar, porque la transformación cultural se politizará de manera positiva, integrándose en los procesos de toma de decisiones tanto ciudadanos como gubernamentales. En segundo lugar, una mayor integración social inducirá a todos a asumir más responsabilidad en la conservación del país, el cuidado de los espacios y bienes públicos, y el fortalecimiento del comportamiento colectivo. Así, la diversidad cultural consolidada puede convertirse en nuestro mayor capital sociopolítico: una ciudadanía responsable y autónoma.
El autor es internacionalista.

