La democracia puede concebirse como un principio ético de gobernanza basado en el consentimiento social, que sirve como referencia evaluativa para distintas instituciones, normas y procedimientos. Tres dimensiones deben cumplirse para que la democracia sea, efectivamente, el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo: participación, gobernanza y responsabilidad.
Hoy, un rumbo autoritario recorre el ámbito internacional, en una suerte de marcha que podría ser triunfal para los gobiernos que se autodenominan la nueva extrema derecha radical. Panamá no escapa a estos enemigos de la democracia, que pronuncian discursos autoritarios en abierta amenaza al pluralismo político, la libertad de expresión, la imparcialidad institucional y la separación de poderes. Esta nueva derecha panameña se construye desde una ideología del miedo, un discurso de humillación, y se apoya en el control del sistema político, poniendo en riesgo nuestra frágil democracia posdictadura.
Las transformaciones impulsadas por estos sectores no se concretan mediante golpes militares, sino por medio de gobiernos pro empresariales que erosionan progresivamente la democracia. Se trata de un avance hacia formas autoritarias que reducen derechos y libertades, limitan la pluralidad política y socavan el funcionamiento regular de las instituciones. La democracia debe incluir un “gobierno por debate”, pero en Panamá hoy se encuentra en cuidados intensivos: la desacreditación de los opositores, la judicialización de sindicatos, la ausencia de deliberación y la criminalización de la protesta son síntomas de esta deriva.
Aunque el pueblo es el titular de la soberanía, estas nuevas formas autoritarias avanzan “poco a poco, a menudo en pasitos diminutos”. Son medidas que, por separado, pueden parecer insignificantes, pero todas contribuyen a debilitar el sistema judicial, los organismos reguladores, los medios de comunicación libres y las instituciones electorales.
La democracia aprecia por igual las ideas políticas de todos, permite la escenificación de las diferencias y ofrece la posibilidad de exteriorizarlas para buscar el apoyo ciudadano en libre concurrencia. El relativismo político —como contrapeso del absolutismo— es esencial en democracia. Y dentro de ella resultan imprescindibles ciertos derechos nucleares: la libertad ideológica, la libertad de expresión, el derecho a la información, la libertad de conciencia, el derecho de manifestación, el derecho de asociación y la igualdad ante la ley, entre otros.
La democracia es dinámica e implica la búsqueda constante de mejora. Se trata de un proceso de autocorrección continua. Más vale optar por un sistema político diseñado para evitar las actuaciones despóticas. La acumulación de poder en pocas manos —propia de las dictaduras— siempre ha sido preludio de abusos, injusticias y violaciones de derechos, como demuestra la historia. Uno de los riesgos más visibles del auge autoritario es, precisamente, el agravamiento de las desigualdades sociales.
La democracia panameña no se fortalece con perdigones ni gases lacrimógenos, y mucho menos mediante la represión ejercida por estamentos de seguridad creados originalmente para enfrentar amenazas como la narcoguerrilla. Los verdaderos enemigos de la democracia son quienes empujan al país hacia una deriva autoritaria, desmontando paso a paso las reglas y prácticas institucionales. No podemos olvidar que en democracia el conflicto es inherente: la pluralidad es, por definición, conflictiva. Solo en las dictaduras las reglas son irrelevantes, porque quienes mandan imponen su voluntad por encima de las normas.
La actual regresión autoritaria representaría un retroceso moral profundo frente a la democracia pluralista que aspiramos a consolidar en el siglo XXI. Defender nuestro sistema democrático es, hoy más que nunca, una necesidad urgente.
El autor es médico sub especialista.

