El nivel de análisis en Panamá está en horas bajas desde hace décadas, y lo prueba con creces un planteamiento de la diputada Patsy Lee y las reacciones que generó entre ciudadanos ansiosos por exhibir su “sapiencia” en temas baladíes, la misma que aplican a asuntos importantes: sesgada, pobre en su escritura y muy distante de cualquier lógica constructiva.
A la diputada le parece excesivo que pedir leche deslactosada en un capuchino cueste un dólar más. Hace sus cálculos y concluye que es un sobrecosto: “no podemos castigar una necesidad alimenticia”, afirma. Y le llueven opiniones de lo más variopintas. Por supuesto, tiene derecho a opinar lo que quiera fuera de su jornada laboral, pero su argumento —y las réplicas— son un retrato de cómo reflexionamos.
Se toma lo personal como referencia y se eleva a necesidad pública lo privado y fácilmente evitable: si es caro, no lo compre. Esa manera absurda de ver el mundo, aderezada con insultos cruzados, revela un patrón: hablar paja sin sentido. Así es mi país.
La lección es clara: opinamos igual de todo —del capuchino, de la mina o de la intervención de Estados Unidos— con la misma ligereza. Y los de siempre aprovechan, porque saben que terminaremos reaccionando con idéntica frivolidad, como si un dólar extra en un café fuera un derecho vulnerado.
El autor es escritor.

