En el marco de un seminario que organizamos recientemente con Quality Leadership University con la participación del Ministerio de Cultura, se discutió la necesidad de la investigación para diseñar e implementar políticas culturales y desarrollar la economía creativa. Esto requiere estudios que vayan más allá de cuentas satélite e indicadores cuantitativos tradicionales.
La economía creativa es el conjunto de actividades que transforman la creatividad, la cultura y el conocimiento en bienes y servicios con valor económico, social y simbólico. Sectores como la moda, teatro y la música tienen un alto potencial para generar ingresos y exportación, con dinámicas sociales marcadas por precariedad laboral, y desigualdades de género y etnia.
Desde que comencé a trabajar en la economía creativa en Panamá hace más de veinte años, la cuenta satélite siempre ha sido la quimera de muchos gestores culturales para demostrar su valor frente a políticos, patrocinadores y administradores públicos. Sin duda, esta herramienta sirve para dimensionar el peso de este sector, mostrando su aporte al Producto Interno Bruto (PIB), al empleo y al comercio exterior. Sin embargo, reducir el análisis de la economía creativa a un conjunto de cifras es insuficiente para captar la complejidad de sus dinámicas sociales, culturales y laborales. Como se planteó en el seminario, es indispensable realizar estudios sistemáticos e interdisciplinarios capaces de desentrañar las relaciones de poder, los procesos productivos, las desigualdades de género y de clase, y los vínculos con procesos históricos y comunitarios.
Uno de los casos de estudio que presentamos fue el de la industria de la moda en Panamá, basado en un proyecto comisionado por ProPanamá y PNUD en 2024. El estudio revela que este sector genera ingresos de más de 4,100 millones de dólares y emplea a casi 48,000 personas, de las cuales el 60% son mujeres. Sin embargo, tras estas cifras alentadoras se esconde una realidad de precariedad laboral, marcada por la informalidad, la falta de protección social y la persistencia de brechas de género y étnicas. Por ejemplo, las mujeres perciben en promedio ingresos significativamente menores que los hombres, con una brecha salarial de alrededor del 18% en el empleo formal y que se intensifica en el trabajo informal, donde ellas ganan menos de la mitad de lo que perciben ellos.
En algunos segmentos del sector, hasta el 70% de la fuerza laboral carece de seguro social. A esto se suma la fuerte presencia de población de grupos originarios, particularmente mujeres ngäbes y gunas, cuya inserción en el sector reproduce desigualdades históricas en el acceso a educación, crédito y oportunidades de formalización. El estudio sugiere que existen tensiones entre personas que ejercen la artesanía y las que ejercen el diseño, donde muchas veces las segundas no comprenden ni valoran plenamente la cultura laboral de las primeras, reproduciendo relaciones de desigualdad. La moda, por lo tanto, no puede analizarse únicamente como una plataforma para personas que ejercen el diseño y el modelaje o como motor de exportaciones o de consumo interno. Es también un espacio donde se cruzan la economía informal, las diversas naciones que forman nuestro país, las desigualdades de género y la muy concentrada cadena de valor de la economía creativa.
El seminario dejó claro que las necesidades de investigación de la economía creativa en Panamá y en la región no se limitan a medir cuánto aporta al PIB, sino que también es necesario entender, desde centros de investigación y universidades, cómo se organiza, a quién beneficia y qué desigualdades reproduce. Solo así se podrá convencer a los gobiernos, patrocinadores y administradores públicos de su verdadero valor como campo de transformación social.
El autor es economista y miembro del Sistema Nacional de Investigación.
