El último informe del Banco Mundial no deja lugar a dudas: el crecimiento global se va a frenar. La proyección para 2025 es de apenas 2.3%, el nivel más bajo desde 2008 si se excluyen las recesiones. Y eso no es solo un número más en una tabla: tiene implicaciones reales, especialmente para los países en desarrollo, que han sido motores clave del progreso mundial en los últimos años.
Lo más preocupante es que casi el 60% de estas economías crecerá menos. Y si el crecimiento por persona se estanca o retrocede, millones de personas pueden quedar atrapadas en la pobreza por más tiempo. Es decir, vamos en dirección contraria a la que deberíamos.
¿Qué está pasando?
Hay muchas razones detrás de esta desaceleración, pero hay dos que destacan.
Primero, las tensiones comerciales. El regreso de los aranceles, ahora repotenciados, las disputas entre potencias y la desconfianza entre socios están frenando el comercio internacional. Cuando se pone en pausa el intercambio de bienes e ideas, se enfría la inversión.
Segundo, la pérdida de impulso en países en desarrollo. Durante años, estas economías crecieron rápido y tiraron del mundo. Hoy, sin embargo, lidian con problemas estructurales: baja inversión, sistemas fiscales frágiles, alta deuda, empleo informal. Todo eso pesa. Y mucho.
Además, el entorno global es más volátil. La inflación, aunque bajando, sigue por encima de lo deseado. Los costos de endeudamiento son altos. Y los conflictos geopolíticos generan incertidumbre. Todo esto golpea con más fuerza a las economías más vulnerables.
¿Dónde duele más?
En casi todos lados. Estados Unidos y Europa crecen menos; Japón también. En América Latina, el promedio previsto es de solo 2,3%. África y Asia tienen algo más de dinamismo, pero incluso ahí se nota el bajón. Y si el motor global va lento, todos lo sentimos.
La inflación persistente es otro dolor de cabeza. No es solo que todo esté más caro, sino que eso erosiona salarios, ahorros y confianza. Y sin confianza, ni consumidores ni empresarios se animan a gastar o invertir. Es un ciclo que se retroalimenta.
Entonces, ¿qué se puede hacer?
El informe no se queda en el diagnóstico. También propone salidas:
Diversificar el comercio. No se trata solo de venderle a Estados Unidos o China. Hay que buscar acuerdos regionales, reducir trabas internas y apostar por relaciones más estables. Eso le da resiliencia a la economía y abre nuevas puertas.
Recaudar mejor y gastar mejor. No es solo subir impuestos, sino hacer que el sistema sea más justo y eficiente. Y con eso, financiar lo que realmente importa: educación, salud, infraestructura. Esas son las bases de cualquier desarrollo real.
Invertir en el empleo del futuro. El mundo está cambiando rápido. Si no formamos a las personas para los trabajos que vienen, nos vamos a quedar atrás. Esto significa más inversión en capacitación, tecnologías y apoyo a emprendedores.
Cooperar más a nivel global. Muchos países necesitan apoyo, no caridad. Financiamiento accesible, asistencia técnica, reglas más justas. En un mundo tan interconectado, el progreso de unos depende del bienestar de todos.
¿Y América Latina?
En nuestra región, estas advertencias pegan fuerte. En países como Panamá, donde la economía depende del comercio y los servicios, el freno global se siente. Pero también hay oportunidades.
Podemos buscar nuevos mercados, mejorar la calidad del gasto público y, sobre todo, invertir en nuestra gente. La educación técnica, la digitalización, el emprendimiento: ahí hay mucho potencial si lo hacemos bien.
Además, hay que aprovechar mejor nuestras propias ventajas: biodiversidad, posición geográfica, cultura emprendedora. No se trata solo de copiar modelos, sino de diseñar soluciones propias que respondan a nuestras realidades.
No todo está perdido
Aunque el panorama no es el mejor, no estamos condenados al estancamiento. Hay margen para actuar. Si tomamos decisiones valientes y apostamos por políticas bien pensadas, podemos salir adelante.
Pero hay que hacerlo ya. El riesgo de una “década perdida” es real. El mundo no se detiene, y si nos dormimos, el costo será alto. Este informe es una señal de alerta para todos los que pensamos en el futuro y queremos que ese futuro sea más justo, más próspero y más humano.
El autor es Country Managing Partner – EY
