Supuestamente vivimos en la era digital, donde la tecnología es una herramienta que nos facilita casi todo, debería agilizar procedimientos y ahorrarnos tiempo. Sin embargo, todavía enfrentamos tropiezos en los trámites, que tardan igual o más que antes del internet. Algo parecido ocurre con actitudes que supuestamente quedaron en la historia, como la discriminación racial. Seguimos viendo el odio a las diferencias de color y, aunque parezca increíble, también existe impedimento a la libertad de expresión en países que no han cambiado su Constitución desde su fundación. En Panamá no estamos muy lejos de esa realidad: se intenta silenciar a periodistas que buscan respuestas objetivas.
La censura se ha vuelto lo más natural y fácil de aplicar a quienes manifiestan sus diferencias. Se han cerrado programas a personajes que han criticado políticas de presidentes, como si se tratara de negocios que bajan la cortina al terminar su horario. La famosa libertad de expresión que caracteriza a las democracias ya no parece diferenciarse de las dictaduras, donde gobernantes imponen censuras para callar críticas.
La democracia no puede perder su brújula. Sin embargo, en algunos partidos políticos, dos o tres figuras marcan la pauta del oportunismo, incentivando el “juega vivo” y fomentando la corrupción con excusas que nadie cree. La juventud despierta esperanza con proyectos de ley anticorrupción, que los fieles a esas prácticas bloquean como si la ciudadanía no pudiera ver el engaño.
Lo preocupante es que tanto se habla de educación, pero los negocios van primero. Los recortes demuestran otra cosa. Los avances tecnológicos parecen adornos para mantener a los corruptos impunes, mientras la justicia se diluye entre ambiciones personales.
Se usa la mina como varita mágica de los problemas económicos: se llevó riquezas sin pagar lo acordado y el pueblo la rechazó por abusiva. Sin embargo, persisten con soberbia y avaricia, contaminando ambiente y ríos. Los puertos y autopistas tampoco convencen con manejos extraños.
En el tráfico, la ATTT se muestra sin visión ni misión, con alta accidentabilidad. Piensan que colocar grúas resuelve fines de semana, cuando deberían dar ejemplo de autoridad sin abusos ni negociados. El trámite del uso de grúas debería recaer en los conductores, no en los policías.
También preocupa el impulso de la inteligencia artificial, que puede reprimir la capacidad crítica en la juventud, reduciéndola a obedecer órdenes sin analizar más allá. Si bien ayuda, no debe anular el razonamiento. Lo positivo de la IA sería usarla para prevenir la corrupción que atraviesa nuestro país y delatar a los responsables.
El autor tiene un posgrado en Alta Gerencia y un magíster en Salud Pública.

