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La escuela me estresa: ¿quién cuida la salud mental del estudiante?

La escuela me estresa: ¿quién cuida la salud mental del estudiante?
La escuela, un espacio de descubrimiento. Cortesía

Cada vez que escucho a una de mis hijas decirme “no quiero ir a la escuela”, me detengo. No porque me sorprenda la frase —yo también la dije cuando era niña—, sino por el peso con el que ahora se dice. Antes uno no quería ir a clases porque había una materia “difícil”, un compañero complicado o, simplemente, porque queríamos seguir jugando. Hoy, los estudiantes no quieren ir porque están agotados, estresados, emocionalmente drenados. Y sí, eso no es normal.

Como madre, docente y miembro activo de una comunidad educativa, he sido testigo directo de un fenómeno que crece de forma silenciosa pero constante: niños, niñas y adolescentes que ya no quieren aprender. No porque no tengan la capacidad, sino porque la carga emocional y cognitiva que enfrentan a diario los está sobrepasando.

Y al otro lado están mis colegas: docentes cansados, muchos con estrés acumulado desde la pandemia, trabajando horas extras, cargando cuadernos a casa, lidiando con plataformas digitalizadas que aún resultan difíciles de entender, enfrentando la falta de recursos, la presión administrativa y unas expectativas familiares cada vez más altas. ¿Quién los cuida a ellos?

Lo más grave no es que los estudiantes estén estresados, sino que lo digan y no pase nada. Se ha vuelto una frase más, una que a veces se ignora o se responde con “eso es flojera” o “deja la pereza”. Pero, ¿cuándo fue la última vez que preguntamos en serio por qué un estudiante se siente así?

La escuela, como institución, arrastra un modelo que ya no encaja con la realidad de los jóvenes panameños. Un modelo de repetición, castigo, tareas acumuladas y escasa empatía, en un tiempo donde el acceso a la información, la hiperconectividad y la vida familiar fragmentada requieren nuevas formas de enseñar y aprender.

Los docentes, muchas veces sin apoyo emocional, también están luchando contra sus propios demonios: estrés laboral, múltiples grupos, presiones externas, poca actualización metodológica y una exigencia constante de resultados que no siempre va acompañada de acompañamiento. Es fácil decir “el profesor no conecta”, pero ¿cómo se conecta alguien que ya no tiene batería emocional?

Y los padres, muchos de ellos con dobles jornadas o apenas sobreviviendo económicamente, tampoco tienen tiempo, energía o recursos emocionales para acompañar el proceso escolar de sus hijos. Entonces, el estudiante queda solo, en medio de un sistema que le exige, pero no lo sostiene.

Este artículo no busca presentar a los estudiantes como víctimas ni a los docentes como culpables. Nada más lejos de eso. Lo que quiero es dejar claro que esto no es un capricho generacional ni una debilidad pasajera. Es un síntoma social. Un grito silencioso que ya se está oyendo en cada salón, en cada casa, en cada conversación entre pasillos.

Y no estamos haciendo lo suficiente.

No vengo a proponer la escuela perfecta. No existe. Pero sí es momento de sentarnos como país y preguntarnos seriamente qué estamos haciendo con la educación.

Porque lo que no se atiende a tiempo, se quiebra. Y cuando un niño se quiebra emocionalmente en la escuela, muchas veces no vuelve a confiar en su capacidad de aprender… ni de soñar.

¿Qué podemos hacer desde nuestra realidad?

No hace falta reinventar todo el sistema. Pero sí debemos:

  • Abrir espacios reales de escucha dentro de los centros educativos.

  • Formar emocionalmente a nuestros docentes con herramientas reales y aplicables.

  • Revisar las cargas académicas que no aportan, pero sí agotan.

  • Involucrar a las familias sin culpas, pero sí con responsabilidad compartida.

  • Humanizar el aprendizaje. Recuperar el sentido de comunidad escolar.

La escuela no puede seguir siendo una fuente de angustia. Debe volver a ser un espacio de descubrimiento, seguridad y crecimiento emocional.

Y eso no se logra con frases bonitas en carteles motivacionales, sino con decisiones valientes, acciones concretas y conversaciones incómodas… como esta.

La autora es docente y escritora.


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