“Siempre hay esperanza mientras haya una persona dispuesta a combatir por lo que cree”. Esa persona dispuesta soy yo. ¿Y en qué creo? Creo en Dios Padre Todopoderoso y creo en mí. Por eso estoy dispuesta a defender los deberes y derechos de las personas profesionales que aman lo que hacen y aún desean seguir haciéndolo con vocación, guiándonos a través de anécdotas y vivencias que merecen ser compartidas.
Hoy, al escribir, comprendo que el peor de todos los pasos es el primero: la esperanza. Cuando estamos a punto de tomar una decisión importante, todas las fuerzas parecen conspirar para evitar que avancemos. Es la vieja ley de la física: cuesta romper la inercia.
Como no podemos cambiar la física, concentremos nuestra energía para dar ese primer paso. Luego, el camino empieza a ayudarnos, porque hay esperanza.
En El manual del guerrero de la luz (Paulo Coelho) que leí antes de comenzar mi batalla, se afirma: “El guerrero de la luz abre su corazón y le pide a Dios inspiración, porque tiene esperanza”.
Pero nunca debemos olvidar que cada experiencia espiritual es, en el fondo, una experiencia práctica del amor. Son numerosos los conflictos que nos acompañan en esta búsqueda esperanzadora, pero debemos vencer nuestros miedos. El camino se recorre a través de la experiencia diaria del amor. Eso lo comprendí en A orillas del río Piedra me senté y lloré.
Rara vez percibimos lo extraordinario que nos rodea. Cuando lo hacemos, entendemos que la palabra tiene poder: transforma el mundo y a la humanidad. A menudo escuchamos que no se deben contar las cosas buenas que nos suceden por miedo a la envidia. Pero no es así. Los vencedores hablamos con orgullo de los milagros de nuestras vidas porque generamos energía positiva, y esta atrae más de la misma, además de alegrar a quienes nos quieren bien.
Las personas envidiosas o derrotadas solo pueden hacernos daño si les damos ese poder. Por eso, te aconsejo: escribe, habla, comparte. Usa las herramientas tecnológicas para difundir las cosas buenas de la vida. El alma del mundo necesita nuestra alegría. Nadie puede estar ajeno a los cambios que el mundo está empezando a experimentar. Y en ese cambio... hay esperanza.
En La bruja de Portobello leí que, en lugar de intentar demostrar que somos mejores de lo que creemos, simplemente debemos reír. Ríete de tus preocupaciones, de tus inseguridades, de tus angustias. Y tú, docente panameño y panameña, toca el tambor, canta tu historia ante tus estudiantes y permite que tu creatividad florezca. Deja de ser quien eras y transfórmate en quien eres.
En El Zahir entendí que cantando nuestras vidas delante de todos, descubrimos que la mayoría de quienes hemos vivido con pasión el oficio de enseñar compartimos historias similares. Hay esperanza en la ciencia, en la inteligencia artificial, porque nuestros corazones siguen vivos. Por eso, seguimos atentos a lo que ella —la vida— tiene que decirnos. Eso lo aprendí de El alquimista.
En medio de estas huelgas gremiales, vemos rostros conocidos. Algunos nos acompañan en la alegría, otros en la rabia. Por eso, a veces no actuamos según lo que esperamos: nos enojamos, y ese enojo nos lanza a la calle, ebrios de dolor ante las injusticias y la corrupción que azota tanto lo local como lo global.
Con este artículo quiero invitar a mis colegas educadores a confiar y reflexionar profundamente al tomar decisiones importantes, sobre todo si tienen que ver con nuestra vocación docente. Que la esperanza nos guíe para lograr que los cambios en la educación representen dignamente nuestra labor, sostenida en valores éticos y morales. Aunque la razón intente alejarnos de nuestros sueños, diciendo que no es el momento, que la esperanza sea esa chispa divina que muchos llaman suerte y que yo llamo: esperanza.
Queridos jóvenes estudiantes: el mundo no está lleno de fantasmas ni de maldiciones, como a veces los adultos les hacemos creer. Está lleno de amor, independientemente de cómo se manifieste. Un amor que perdona errores y redime pecados. Que tu esperanza sea la base para ofrecer a tus contemporáneos y a la niñez las herramientas para vivir la educación con honestidad y alegría. Que copien lo bueno de ti, y así, tal vez, despierte el nuevo ser que crece dentro de ti.
Porque —como dijo Paul Ambroise Valéry— el problema de nuestros tiempos es que el futuro ya no es lo que era. Pero aún así, hay muchísima esperanza en el futuro, aunque hoy parezca incierto para quienes, como yo, nacimos en el siglo pasado.
La autora es educadora.

