La historia ha demostrado que la crítica destructiva, la sectarización, la adjetivación y la persecución —en cualquiera de sus formas— contra una persona o un grupo determinado terminan por convertirlos en víctimas o, incluso, en mártires, con la consecuente devoción de parte de la sociedad.
Numerosos ejemplos lo ilustran. Hugo Chávez Frías salió de la cárcel tras intentar un golpe de Estado y luego se convirtió en presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Fidel Castro Ruz, después del intento de toma del cuartel Moncada, fue condenado a prisión y exiliado; sin embargo, logró llegar al poder en Cuba con apoyo popular. Las situaciones en Venezuela y Cuba son hartamente conocidas y reflejan cómo se construyen “mártires” a partir de persecuciones, sumadas al hartazgo ciudadano hacia la clase política tradicional.
A nivel local, podemos citar el caso de Belisario Porras, quien fue perseguido y exiliado, y finalmente llegó a ser presidente de la República en tres ocasiones. También está el caso de Arnulfo Arias Madrid, igualmente perseguido y encarcelado, que logró gobernar en tres períodos distintos.
Más recientemente, hemos visto el caso de Donald Trump y la campaña de difamación y lawfare impulsada en su contra —con o sin fundamento— por parte de los demócratas, que, en nuestra opinión, terminaron por fortalecer su figura y promover su eventual regreso a la presidencia de Estados Unidos.
Estos casos evidencian que la táctica de atacar y perseguir puede resultar peligrosa e incluso devastadora para quienes la promueven, ya que termina por reforzar la imagen del atacado como víctima o mártir. Puede que no todos coincidan conmigo, pero considero que el presidente de la República comete un error en su relación con Suntracs y sus dirigentes. Si persiste en su ofensiva directa y frontal, podría estar generando las condiciones ideales para convertir a sus líderes —y a la organización misma— en mártires.
Solo hay que imaginar que, en las próximas elecciones, lleguen al poder diputados, representantes y alcaldes provenientes de Suntracs, Frenadeso y otros grupos de izquierda radical. No se trata de negarles el derecho a participar políticamente, sino de advertir que, debido a las acciones actuales, podrían alcanzar posiciones de poder revestidos del aura de víctimas perseguidas.
Un ejemplo reciente es la elección pasada, en la que Ricardo Martinelli, pese a tener una condena penal, mantenía amplias posibilidades de ganar. A nuestro juicio, esto fue consecuencia de la percepción de persecución política, generando un efecto de mártir que influyó decisivamente en los resultados, donde el expresidente terminó por ungir a José Raúl Mulino.
Quizá, sin querer o por mal asesoramiento, el presidente no se haya dado cuenta de que está creando las condiciones para transformar a los dirigentes de Suntracs, y a la organización misma, en víctimas de su propia gestión. Esto podría acarrear consecuencias negativas a largo plazo para el país. Aunque muchos afirmen que Panamá no es tierra fértil para la izquierda, la conducta errática del electorado parece demostrar lo contrario. En ese contexto, las acciones contra Suntracs podrían tener un efecto boomerang que termine por fortalecer a los movimientos de izquierda.
Solo espero estar equivocado en mi análisis y que lo que hoy muchos interpretan como persecución abierta no nos conduzca a un gobierno de izquierda al estilo de Venezuela, Cuba o Nicaragua.
El autor es abogado.
