Aunque lo mío es la ciencia y la medicina, debo confesar que toda la vida me he sentido atraído por la fuerza y belleza de las palabras. El leer y disfrutar una hermosa poesía, el sentirse movido por un discurso elocuente o simplemente reflexionar sobre la profundidad de una metáfora son actividades que realmente me llenan. Cuando por ejemplo Federico García Lorca escribe: “Su luna de pergamino, Preciosa tocando viene”, casi puedo ver a la joven gitana, con su pandereta (luna de pergamino), danzando alegre y a la vez ignorante del peligro que le asechará más tarde. También recuerdo la impresión que tuvo en mí la rima 39 de Gustavo Adolfo Bécquer: “Sé que en su corazón, nido de sierpes, no hay una fibra que al amor responda”. Yo era sólo un niño, pero esa poderosa metáfora comparando el corazón de una mujer con un nido de serpientes me puso a pensar por un buen tiempo.
Otra figura literaria o retórica que siempre me ha gustado es la sinestesia. En ella se atribuye una sensación (olfato, gusto, tacto, vista, oído) a un concepto al cual no le corresponde. Por ejemplo: “una noticia amarga” o “la dulce y melancólica espera”. Pero su máximo esplendor se aprecia en los algunos de los poemas de Juan Ramón Jiménez: “Es de oro el silencio. La tarde es de cristales”. Esas dos hermosas sinestesias describen claramente el ambiente de ese corto poema titulado “Hora Inmensa”.
El ver como un idioma evoluciona, se modifica, se transforma es sencillamente fascinante. Cómo todo el tiempo incorporamos palabras nuevas y otras desaparecen casi completamente del uso corriente. Cuando escucho canciones viejas, con frecuencia noto palabras como perfidia, lóbrego, encono, zapar y muchas otras que no sólo han desaparecido de las canciones populares actuales, sino que se escuchan menos y menos en las conversaciones cotidianas. Es interesante ver como algunas palabras se ponen de moda como por ejemplo la palabra chévere, o más recientemente, el uso de la palabra belleza para referirse a que algo está bien o que es bueno y no necesariamente bello. Recuerdo cuando le explicaba al familiar de un paciente como la fiebre había mejorado y el me contestó simplemente: “Belleza doctor, belleza”.
Hay también palabras que, al menos en mi opinión tienen una fuerza intrínseca. Una de mis favoritas es la palabra estruendo. No hay forma de pronunciarla sin evocar el recuerdo de algún ruido grande y ensordecedor. ¿Verdad? Pero otra palabra que yo encuentro especialmente poderosa es el verbo desguazar. Aunque en su lugar se pudieran usar sinónimos como romper o destruir, es innegable la fuerza descriptiva de este verbo cuando Joan Manuel Serrat lo usa en su famosa canción Mediterráneo: “Empujad al mar mi barca con el levante otoñal, y dejad que el temporal desguace sus alas blancas”. Yo veo claramente las velas de la barca en tiras, desgarradas y el mástil de su barco metafórico partido en varios pedazos, desguazado.
¿Y qué me dicen de las onomatopeyas? Vocablos que imitan o recrean el sonido de la cosa o la acción nombrada. Algunas son simples como el tic-tac del reloj, el croar de una rana, el clic del gatillo o el zas de un golpe súbito. Y otras más complejas como el chisporrotear de la leña que arde, el borboteo del agua hirviendo o el chasquido del látigo en el viento. Pero las onomatopeyas no sólo simulan sonidos, sino que pueden describir un fenómeno visual como zigzag, por ejemplo.
La etimología o el origen de las palabras es otro tema sorprendente. Por ejemplo, sabían que el vocablo barbacoa es de los pueblos indígenas del Caribe y no una invención de los norteamericanos. Que la palabra aguacate es de origen náhualt y una de sus acepciones en esa lengua, era testículo, digamos que por sus obvias semejanzas. Y la palabra chimichurri, tiene al menos tres leyendas sobre su origen: una señala que se deriva de la palabra vasca “tximitxurri”, otra que es una palabra quechua y la más famosa que atribuye el nombre a un inmigrante irlandés que fue a Argentina, llamado Jimmy McCurry, quién usando ingredientes locales inventó, según la leyenda, la famosa salsa. Y de “jimmymccurry” con el tiempo y la pronunciación argentina surgió “chimichurri”.
Una pregunta curiosa que he visto discutir en foros de internet es, cuál es la palabra más bella del castellano. Dependiendo del sitio web consultado ustedes pueden encontrar una gran diversidad de listas de las palabras más bellas. En una encuesta a escritores, periodistas e internautas las palabras amor, libertad y paz recibieron la mayor cantidad de votos. En mi opinión, más por su significado e importancia, que por su atractivo fonético. Sin embargo, en otro sitio, palabras como efímero, superfluo, inefable, etéreo, inconmensurable y sempiterno ocuparon los primeros lugares. Estas son en mi opinión palabras muy elegantes y profundas. En una de estas listas encontré una palabra que no conocía: petricor, el nombre del olor que recibe la lluvia al caer sobre el suelo seco. Fue inventado por dos geólogos australianos y en su etimología esta pétros (piedra) e ichór (esencia que corre por las venas de los dioses homéricos). Llevo toda una vida disfrutando ese olor sin saber nombrarlo. ¿Qué más puedo decirles? “Belleza amigo lector, belleza”.
El autor es médico.

