Veo con tristeza el gozo de algunos al judicializar la medicina. Convertir el arte, el estudio y la experiencia en un acto punible. Transformar la inventiva, la capacidad de suplir un insumo en un momento crítico, en delito. Entristece ver cómo se regocijan con el daño que pueden causar al gremio médico. La caza de brujas ha comenzado: bienvenidos a la inquisición del siglo XXI.
Soy cirujano y escribo desde la piel de quien vive en carne propia esa paradoja. Cada día entro a un quirófano con la convicción de que allí me juego más que una técnica: me juego la confianza de un ser humano que se entrega a mis manos. La cirugía no es mecánica pura; es ciencia, sí, pero también arte, intuición y experiencia. Muchas veces, frente a un paciente, los libros no alcanzan. No siempre hay insumos, no siempre hay protocolos claros. Allí nace la creatividad: improvisar con prudencia para salvar una vida.
Hoy, sin embargo, esa misma creatividad empieza a verse como sospechosa. Ya no se pregunta por la intención, ni por las circunstancias, ni por la urgencia del momento. Se abre un expediente, se etiqueta como delito. Lo que antes era un acto de humanidad se convierte en un acto punible.
No escribo para pedir impunidad. Sé que los pacientes merecen protección y justicia; sé que los errores deben investigarse y que la negligencia intencional no tiene cabida en esta profesión. Pero duele ver cómo se confunde el error humano con el crimen, la adaptación con la falta, la valentía clínica con la temeridad.
La medicina defensiva ya está aquí. Médicos que piden estudios innecesarios, que retrasan decisiones, que se limitan a lo que dicta un manual aun cuando saben que el paciente podría beneficiarse de algo más. Se apaga la chispa de la innovación, se encoge el impulso de arriesgarse por el bien del enfermo. El miedo reemplaza a la confianza. Y en ese escenario, pierde el paciente, perdemos todos.
La inquisición moderna no tiene hogueras, pero sí expedientes y titulares. El médico se convierte en villano público, señalado y condenado antes de ser escuchado. Las conversaciones entre colegas se vuelven cautelosas; las experiencias difíciles, en lugar de compartirse para aprender, se esconden. Y así se erosiona algo fundamental: la transmisión honesta del conocimiento.
Necesitamos un punto medio. No se trata de negar la justicia, sino de hacerla justa. Que exista investigación, sí, pero con la capacidad de distinguir entre una falla inevitable y una negligencia real. Que se busque reparar y aprender, no destruir. Que se entienda que cada decisión clínica se toma en un contexto: con un paciente real, en un hospital con limitaciones, en un tiempo que no espera.
La documentación clara, la comunicación sincera con los pacientes y sus familias, la formación en habilidades no técnicas —como la gestión del riesgo o la toma de decisiones bajo presión— son herramientas que pueden protegernos a todos. Pero ni siquiera la mejor historia clínica será suficiente si lo que reina es la cultura del castigo y no la del aprendizaje.
Me preocupa, sobre todo, lo que viene para las nuevas generaciones. ¿Queremos formar médicos que teman cada decisión, que se refugien en la comodidad de lo obvio, o profesionales capaces de pensar, de actuar con juicio y de asumir riesgos razonables en beneficio de sus pacientes? La valentía clínica no puede convertirse en un crimen.
Es hora de un diálogo sincero entre sociedad, pacientes, juristas y médicos. La justicia no debe ser enemiga de la medicina, y la medicina no puede cerrarse al escrutinio. Ambos mundos pueden encontrarse si se busca un objetivo común: proteger al paciente sin sofocar la esencia de la práctica médica.
Escribo estas líneas con la misma pasión con la que entro a un quirófano. Porque creo que la medicina necesita confianza, no inquisición. Necesita comprensión, no persecución. Ojalá construyamos un sistema que entienda que cuidar es mucho más que seguir un protocolo: es decidir con conocimiento, humanidad y coraje. Y esa responsabilidad, lejos de ser criminalizada, debería ser honrada.
El autor es cirujano general.
