Para muchos resulta inexplicable la elección “democrática” de autócratas de extrema derecha o izquierda, a todas luces inestables, xenófobos, violentos, abusadores, misóginos, narcisistas, vanidosos, ultrarreligiosos y, en fin, personas que van contra el bien común, intentando imponer sus posiciones y favoreciendo a los ultra-ricos y grandes corporaciones por encima de la mayoría de los ciudadanos.
Entonces surgen las preguntas: ¿quiénes los eligen? ¿Y por qué?
Los estudios indican que buena parte de los votos proviene de personas con bajo nivel educativo, de ideologías extremas y de la juventud.
A las personas con poca educación se les convence con dádivas, mentiras y otras técnicas demagógicas que prometen el cielo y la tierra, pero que terminan en desilusión. Sin embargo, eso no basta para ganar una elección.
Está clara la orientación del voto de los sectores ideológicos extremos, aunque generalmente no representan más del 10% de los votantes en una población típica.
En este sucinto análisis me concentraré en explorar las razones que creo que llevan a las juventudes a votar por estos caballeros o damas del apocalipsis.
Primera consideración: las falacias de la democracia liberal. Los antagonistas se enfrentan a un abanico de opciones donde todas las que tienen posibilidades reales de ser elegidas representan a sectores de la élite.
En algunos países lo hacen de forma encubierta y en otros de forma abierta, con donaciones millonarias que, obviamente, deberán ser devueltas con creces.
Y siempre está la corrupción omnipresente, que ha existido en todos los países y épocas. En aquellos considerados más “serios”, la corrupción persiste de forma velada o mediante mecanismos aparentemente íntegros, pero que, para cualquier observador atento, resultan turbios.
Así las cosas, la democracia liberal actualmente redunda en el beneficio de unos pocos a costa de las mayorías, especialmente ante la escasez de estadistas que, como reza el sabio dicho, “piensan en las próximas generaciones, y no en las próximas elecciones”.
Sin embargo, la democracia liberal tiene un gran punto a su favor: la libertad individual. Pero esto solo tiene valor para quienes no enfrentan grandes necesidades económicas, quienes no viven una pobreza que les impone como única libertad la de buscar el sustento diario como sea. De allí la necesidad de una mejor distribución de la riqueza.
Segunda consideración: la democracia liberal actual solo permite el cambio de candidatos, ya sean individuos o partidos políticos, pero en la práctica nada cambia. Somos testigos de cómo en cada elección el partido gobernante es derrotado y otro llega al poder. Sin embargo, es justo reconocer que “nada cambia”: los mismos problemas de siempre persisten —educación, salud, vivienda, agua potable, medicamentos costosos, inseguridad, etc.
Regresamos entonces a la pregunta original: ¿por qué se elige “democráticamente” a autócratas de extrema derecha o izquierda?
Creo que la respuesta salta a la vista: la necesidad de un cambio.
Aunque ese cambio sea negativo para los votantes, muchas veces se considera imperioso, con la esperanza de que en el futuro se equilibren las cosas. No obstante, muchas situaciones de nuestra América han demostrado que ese futuro, si llega, tarda lo suficiente como para arruinar la vida de varias generaciones.
Así, hemos visto recientemente a dirigentes elegidos que se dedican a descalificar e insultar, en lugar de proponer, guiar y ejecutar.
En la película La caza del Octubre Rojo, Ramius (Sean Connery) le dice a Jack Ryan (Alec Baldwin): “Una revolución de vez en cuando es buena, ¿no?”. El problema es: ¿a costa de quién y de qué? ¿Y si realmente traerá cambios positivos, o simplemente dará paso a una nueva acumulación de riqueza entre nuevos ricos, o a una repartición de pobreza, como hemos visto repetidamente, siempre con los poderosos usufructuando de la riqueza colectiva?
Todos los días amanezco rogando que aparezca un estadista que guíe a la nación por el buen camino, lo que necesariamente implica aplicar justicia equitativa —y no selectiva— a los responsables de los desmanes del pasado, incluyendo el decomiso de todas las fortunas que no puedan ser justificadas.
Solo así podremos evitar que, tarde o temprano, terminemos bajo una dictadura de derecha o de izquierda que destruya nuestro hermoso país.
El autor es ingeniero, informático y escritor.
