El 9 de enero de 1964 marcó, en el calendario de la historia panameña, un grito de justicia y una rebelión de corazón. La sangre derramada por jóvenes valientes sigue latiendo en el alma colectiva de Panamá, recordándonos que la patria no es un concepto abstracto, sino una realidad que se construye, defiende y vive en cada rincón del país.
Ese día, estudiantes armados únicamente con sus convicciones enfrentaron la violencia extranjera en defensa de la soberanía nacional. En sus manos, la bandera tricolor no era solo un símbolo: era un grito silencioso que proclamaba que la dignidad de un pueblo no se doblega. La sangre de aquellos caídos convirtió el suelo panameño en territorio sagrado.
La figura de Ascanio Arosemena resalta como un reflejo del alma de un pueblo que no teme a la muerte cuando lucha por la justicia. Entendió que la verdadera libertad no solo implica la ausencia de opresión externa, sino la capacidad de decidir sobre el propio destino. En él se encarna la pasión por la patria, ese fuego que arde en el pecho de cada panameño y se alza tras cada sombra.
Recordar esa tragedia no se limita a imágenes de un conflicto lejano; nos remonta al corazón de lo que significa ser panameño. Las manos de los mártires del 9 de enero construyeron, con dolor y sangre, las bases de una nación más libre y justa. Hoy, quienes caminamos sobre estas tierras sentimos el deber de continuar ese proyecto de país.
El ondear de nuestra bandera en cada rincón no es solo un gesto de soberanía; es un recordatorio de quienes entregaron todo por la patria. Su sacrificio sigue resonando, como una llama eterna que ilumina el camino hacia un país digno.
El patriotismo no es solo un sentimiento; es un compromiso renovado en cada generación. No basta con rendir homenaje una vez al año. El verdadero patriota honra a los mártires con sus acciones diarias, construyendo un Panamá justo y equitativo. La patria se defiende no solo en el campo de batalla, sino en cada acto que nos acerque a la unidad y la justicia.
Hoy, más que nunca, Panamá sigue siendo el sueño de quienes nos precedieron. Somos hijos de su sacrificio, encargados de mantener viva la llama de su amor y lucha. ¡Que nunca se apague el fuego de nuestra patria!
El autor es productor de cine y televisión.

